Las Flores de los Vampiros. Capítulo 18. TERMINADA

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Estoy en mi coche dirección a la mansión Báthory, cuando llego no
hay nadie y eso me gusta porque
me pongo manos a la obra y sin interrupciones.
La cocina está desierta y aprovecho para sacar de la nevera una botella
de sangre pequeña que tienen, cojo un vaso y me lo llevo a la mesa del trabajo. 

Inyecto sangre a un grupo de rosas jóvenes y me lleno un vaso para mí, y con discreción deposito unos polvos rojizos que estaban guardados en una diminuta bolsa de plástico, que he llevado conmigo durante el trayecto
hasta aquí.

Primero me vengaré y espero que sí o sí, Isabella comprenda que sé jugar igual de excelente que ella y que por Christian, debemos llevarnos estupendamente genial y tengo esperanza de que mi plan funcione,
si no tiene efecto en Isabella, saldré ganando de igual modo porque es una planta que se desintegra tan rápido sin dejar huellas y eficaz, que quedará de nuevo como una niña caprichosa
y consentida, ¿el riesgo?

Que Christian lea mi mente y
averigüe que esta vez no ha sido
ella.

El acebo es una planta perfecta para provocar diarrea y nada más, evidentemente sólo quiero darle un toque y que esto no vaya tan lejos, al contrario de Isabella que sí desea una batalla con final trágico.

Estoy bebiendo del vaso cuando viéndolo venir, aparece sonriendo diabólicamente y teniendo en brazos a su nuevo conejo.

—Espero que lo cuides —provoco con cautela.

—Tú no tienes derecho a beber sangre —sisea frustrada —. Tú eres una humana y jamás vas ha ser una vampiresa —ataca fortuitamente.

—No pretendo serlo —insinúo indiferente —. Quiero beber
porque tengo sed.

—¡No puedes! —chilla celosa, dando un ágil salto y quitándome el vaso, para beber ella lo que queda de jugo —. ¡Tú no!

Niña insolente...

Cuando termina de beber me saca la lengua, tira el vaso que cae al suelo y se hace añicos, y entra a la cocina entre risas maliciosas con su conejo. Limpio todo arreglo su desastre,
pero estoy satisfecha porque conseguí mi objetivo.

Al finalizar mi jornada estoy en la cocina, cuando Christian aparece y me besa con suavidad e ímpetu. Saboreo sus labios afrodisíacos y tengo que detenerlo, o acabaremos siendo vistos por su familia teniendo sexo.

—¿Cenamos?

Asiento embelesada y ponemos la mesa, hay una armonía maravillosa en la estancia hasta que aparece el resto de la familia que me observan con cara de pocos amigos, y estoy segura, que aún rencorosos por mi
pelea anterior con Isabella.

La única niña dulce es Anabella,
que nada más entrar por la puerta
se compadece de mí y me invita ha sentarme con ella, algo que acepto
encantada y Christian se queda mirándonos embobado.

—¿Cómo te ha ido hoy?

—Muy bien, ¿y a ti? —apremio intrigada.

—Aburrido, he tenido que estudiar mucho —masculla soñolienta.

—¿Qué estudias?

—Napoleón.

—¿Cómo?

—Napoleón, estúpida —insulta Isabella, interviniendo en la conversación y dando arcadas
—. ¿A caso no has estudiado?

—¡Isabella! —ladra Christian, apretando los puños impaciente.

Ella contiene su rabia, pero comienza 
ha toser hasta no poder más y se levanta para vomitar.

—¡Buag! ¡Qué asco! —protesta su hermana, haciendo un mohín descontenta por el olor.

—¡Sí! —corroboro, tapándome la nariz.

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