Las Flores de los Vampiros. Capítulo 7. TERMINADA.

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El aroma suave de mi mojito hace efecto en mí, mientras meneo las caderas y salto como loca.

Ada y yo estamos en Nueva York derrochando energía allá a donde vamos. Mi amiga ha tenido un flechazo con un camarero de la discoteca, guapísimo, moreno y con un cuerpazo flipante.

Mientras tanto, me conformo con bailar hasta que llega otro hombre, dispuesto ha sacarme una sonrisa y no dejarme sola. Es compañero de trabajo del ligue de Ada y en su tiempo libre, artista. Nos damos los números y me lío con él porque no quiero pensar en Christian, sus labios
no son los mismos, tampoco el tacto de sus manos. 

Gruño molesta y me separo del chico abrumada.

Él entorna los ojos frustrado y se rasca el cuello cohibido.

—Lo siento, pero no puedo —musito, antes de salir disparada al baño y vomitar en el retrete.

—¿Everyll?

Reconozco esa gélida voz femenina.

Cuando me vuelvo a ella ahogo una exclamación sobresaltada, ¿cómo olvidarla? Es Rose y está delante de mis narices. Me muerdo el labio inferior entrando en pánico, me duele la cabeza y sé de sobra que me está leyendo la mente.

—Deja de leerme la mente —suelto crispada.

—¿Una mortal dándome órdenes? —detona perpleja y comienza ha reír jovial —. Entiendo porqué atraes tanto a Christian.

—¿Cómo? —pregunto boquiabierta.

La noticia me deja muda.

—Volvería ha probarte, pero Christian me mataría —agrega apenada —. Te llevaré a casa.

—¡¿Estás de broma?! —chillo furiosa.

—Se acabó la fiesta chica traviesa —comenta, apoyando sus manos sobre mis hombros y empujándome hacia fuera del baño —. Comprendo que seas joven y quieras probar otros cuerpos hermosos, pero por hoy has 
jugado demasiado.

—No soy una niña pequeña —me rebelo, forcejeando con ella sin lograr deshacerme de su agarre.

—Busca a tu amiga y regresamos —manda sonando estricta.

—No.

Rose cierra los ojos y escucho otro grito a mi lado. 

Ada ha sido arrastrada hasta nosotras por dos hombres musculosos y altos, hartos de vigilar a dos jóvenes que no paran de darles problemas. Voy ha abrir la boca cuando uno de ellos me coge y me saca de allí hasta una limusina negra.

Nos meten dentro del coche y Ada acaba profundamente dormida.

Todavía escucho la música electrónica
del sitio y voy saliendo de mi trance.

—¿Ada?

Espantada me percato de que tiene una marca morada y rojiza en el cuello, y dos agujeros no muy profundos en su piel. Rose me da
una botella de agua, tengo la garganta seca por el alchol así que no la rechazo y bebo de golpe.

Cuando entro en la realidad, me
doy cuenta por milésima vez de
que hace tiempo y desde que conocí
a Christian, mi vida no volverá a
ser normal, y menos porque por lo que veo ahora su familia también me conocen y están al día de quién soy.

—Su amigo sólo la mordió un poco
—indica Rose meditabunda —. Así estará más calmada y no recordará nada de esto.

—¿Seguro que no sufre? —pregunto sobrecogida.

—Sabe cuándo parar de beber —afirma segura de sí misma —. La habría matado de no ser así y estarías sin amiga.

Trago saliva con el estómago revuelto.

—¿Qué le pasa a un humano
cuando bebéis su sangre? —
inquiero, respirando agitada.

—¿Tengo que repetir? —resopla cansada.

—Sí —siseo enfadada.

—Te quedas inconsciente por un día —detalla impaciente — ¿Ya? 

—¿Y qué sentís vosotros? —insisto, haciendo que gruña exasperada.

—Igual que vosotros coméis para
no morir de hambre, nosotros lo hacemos para no morir de sed —aclara impetuosa.

—¿Qué pasaría si no lo hacéis?

—Moriríamos.

—¿Por qué cuidas de mí? ¿Tanto conoces a Christian? —concluyo patidifusa.

—Somos amigos, no me preguntes más o yo misma te muerdo a ti —amenaza exhausta.

Callo ha regañadientes y le doy tregua
por el resto del viaje de vuelta a casa.

Llegamos al pueblo y quiero morir cuando diviso una silueta en la puerta de mi casa, de brazos cruzados y muy cabreado.

Christian.

Bajamos del coche y dejan a Ada en el sofá de mi casa.

—Gracias Rose —agradece aún colérico.

—De nada, guapos.

Rose se despide con un guiño de ojo coqueta, y se vuelve a Nueva York dejándonos solos.

Silencio, silencio, silencio...

—¡¿Puedes comportarte hasta que llegue el fin de semana? —brama, chasqueando la lengua y apretando los puños con rabia.

—¡El trato no es ese! —exploto molesta.

—¡¡Sí que lo es!!

—¡¡Soy libre hasta el viernes!! —alzo más la voz.

—¡¡Libertad no significa emborracharte y hacer peligrar
tu vida!! —me regaña decepcionado.

—¡¡Como si bebo doce chupitos de tequila!! —debato con cabezonería.

—Eres idiota.

—Y tú controlador.

—Impulsiva.

—Psicópata.

—Impertinente.

—¡Bastaaaa! —vuelvo a chillar, cogiendo aire y temblando de frío mareada.

Él frunce el ceño examinando cada parte de mi cuerpo sin perder detalle, y se acerca a mí para posar una mano en mi frente. Me coge en brazos y me lleva dentro, me deja de pie en el suelo del baño y abre el grifo de la bañera para dejar salir agua caliente.

Dejo mi bolso en la percha de la puerta. 

Estoy sudorosa y me cuesta respirar.

Una vez que la bañera está llena se agua entro dentro con Christian, que se mete también sin importarle estar vestido, y nos tumbamos con cuidado dejando que el agua caliente libere tensiones.

—¿Mejor? —pregunta desasosegado.

—Sí.

Él respira más aliviado y juraría que hasta se llega ha dormir.

—Christian... —lo llamo con suavidad.

—No estoy dormido —murmura, carraspeando la garganta relajado.

—¿De qué trabajas para conocer
a tantos vampiros?

Mis dudas lo hacen reír y me
sonrojo avergonzada.

—Somos pocos vampiros —explica sin ningún pudor —. Y por ende como una gran familia, un clan.

—¿Pocos? —cuestiono atónita.

—Sí.

—¿Por qué? 

—La inmortalidad no la concedemos a cualquiera mortal —acentua ese detalle, soñoliento.

—Y...

—No más interrogatorios —
me interrumpe con entereza.

—Pero...

—No, Everyll —deduce terco.




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