Las Flores de los Vampiros. Capítulo 16. TERMINADA.

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Regreso al hotel para ducharme y cambiarme, cuando encuentro a Christian sentado en un sillón con los ojos cerrados y la mano apoyada en la frente, gruñendo y apretando los puños pálido y dolorido.
Me acerco a él y rodeo su cuello
con mis brazos para darle un beso tierno en la cabeza.

—¿Qué te ocurre? —pregunto, vigilando que esté todo a oscuras y cuando compruebo que sí, me relajo —. No entra la luz del sol.

—No es eso, aún estoy débil —informa, arrastrando las palabras.

—¿Cómo? —instintivamente me
giro hacia todos los lados, y cuando veo un cuchillo en la bandeja de su desayuno, lo cojo sin dudar y me
hago otro corte en el brazo.

—No lo haga más —suplica fatigado —. ¿Y si no me controlo un día? ¿Y si sale el monstruo que hay en mí?

—No lo harás, sé que no —afirmo con convicción.

—Everyll...

—¡No! Bebe —ordeno autoritaria, enseñándole la sangre que sale de
mi herida, y se desliza por mi piel tiñéndola de rojo —. Y si es necesario, quiero que empieces a cazar.

—¿No te disgusta? —cuestiona aún cohibido.

—Mientras yo no vea y no me
entere, no —replico, desesperada y enseñándole la herida para que 
beba y deje de resistirse —. Por favor, tienes que alimentarte.

Él emite otro gruñido y asiente costosamente, antes de enseñar sus colmillos y clavarlos en la herida, mientras acaricia mi mejilla. Cuando 
termina de beber me muerdo el labio inferior y reniego aflijida. De súbdito, me besa suave y con ímpetu, noto su barba al rozar mi barbilla.

Su aliento es mi aroma y aprovecho la oportunidad, para ir desabrochando los botones de su camisa y su corbata. Él se deja y acaba completamente desnudo para mí. Christian incitado también me quita el bañador con violencia, se pone en pie y me coge en brazos para dejarme tumbada sobre la cama cuan larga soy. 
Se va a su armario y comienza a trastear, hasta que saca una caja de terciopelo negra y voluminosa. Cuando la abre ahogo una exclamación sorprendida.

Me duele la cabeza y sé que me está leyendo la mente. Tiene un montón de material para utilizar mientras tiene sexo con una mujer. Veo unas esposas, vibradores, un látigo y hasta una fusta.

Trago saliva excitada y sin evitar dejar de observarlo embelesada. 

—Te gusta el sado —asegura con temple.

—Sí... —musito con un hilo de voz.

Saca una fusta y coge mi mano para darme latigazos en la palma de la mano con prudencia.

Suelto un leve gemido y me muerdo
el labio inferior ruborizada. Sus labios afrodisíacos me besan y saboreo su piel anonanada. Christian vuelve a darme con la fusta, pero en el ombligo y me estremezco efervescente.

Después baja la fusta lentamente hasta llegar a mi vagina y vuelve a darme exigente. Me encojo dichosa y él sonríe diabólicamente.

—¿Quieres más?

—Sí.

—Reclama lo que es tuyo —juega, con picardía.

—Christian... —susurro, respirando jadenate.

Él me coge de los brazos y me da la vuelta, dejándome boca abajo y dándome un azote en mis glúteos, hasta que repite ese gesto
reiteradas veces. Me agarro a las sábanas y gimo de nuevo maravillada, el escozor de los azotes hace que desee más, no es un dolor insoportable hasta el punto de no
aguantarlo, y es otra forma de conocer nuestros deseos fantasiosos en la cama, otra manera de hacer el amor.

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