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2 MESES DESPUÉS

Después de la clase moví un pequeño sillón de la habitación al balcón junto a una mesita. Ahora estaba sentada en ese mismo sillón con un libro en mano, pero me alguien me interrumpió al tocar la puerta tres veces. De no haber sido por mi oído no los habría escuchado.

—¡Pasa!

Coloqué el marca paginas mientras la puerta era abierta, dejé el libro encima de la mesa y me asomé para ver quien había entrado. 

—Estoy aquí.— exclamé al ver como la chica me buscaba.

—Hola— susurró.

La sonreí y de sus bolsillos traseros sacó un cigarro y se lo encendió apoyándose en la barandilla mirando al horizonte. Me acomodé mejor al ver como esto iba para largo.

—Sabes, suelo ser muy observadora— dijo ella expulsando el humo.

—¿A si?— ella solo asintió y le dio otra calada, después se situó justo a mi lado apoyándose de espaldas en la barandilla, dándole la espalda al paisaje.

—Me he fijado en que es la primera vez que llevas el pelo recogido en un mes. —señaló ella mi pelo, que ahora mismo estaba en un moño arriba de mi cabeza desordenado. —Aunque te moleste el pelo nunca dejas ver más allá de tus mofletes. Incluso es la primera vez que te veo las orejas.

Resople y me levanté con su mirada en mi nuca. Llegué hasta el tocador en donde cogí un viejo cenicero y lo dejé encima de la mesita. Ella solo sonrió y dejó la colilla allí mismo. 

—No me gusta que la gente vea que llevo tapones. —murmuré, pero al estar tan cerca ella me pudo escuchar perfectamente. —Padezco una rara enfermedad. Escucho todo aunque esté al otro lado del pasillo o que susurren, es agotador. 

—¿Cuando los llevas no oyes así?— preguntó ella con curiosidad.

—Escucho, pero menos. —respondí y me encogí en el asiento— Los ruidos fuertes siguen lastimándome pero no como cuando no los llevo, es peor. 

—Pues cuando estemos en un tiroteo...

—El Profesor me está consiguiendo unos audífonos especiales para ello. Podré escuchar como vosotros lo hacéis. 

No contestó, pero estaba claro que estaba pensando en toda la información que le había dicho hace nada. 

—¿Lo has dejado con Río?

Por alguna razón mis labios formularon una pregunta que me estaba carcomiendo por dentro. Al principio era imposible dormir para mi con todo el ruido que hacían, pero después de un mes y pocas semanas, ya no había nada que escuchar. 

—Algo así.— respondió ella encogiéndose de hombros. —Me gustaría hacerte una pregunta, si no te sientes incomoda.

—Dispara. 

Se lo estuvo pensando un rato, tal vez debatiéndose si lanzarse o no. Pero vamos, era Tokio, o se lanzaba o se lanzaba, no había otras opciones. 

—¿A ti te gustan las mujeres?


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𝐊𝐈𝐎𝐓𝐎 | ᴬⁿᵈéˢ ᵈᵉ ᶠᵒⁿᵒˡˡᵒˢᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora