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Hola amores, me he fijado que en este capitulo estoy pasando de primera a tercera persona sin darme cuenta. Es muy difícil cambiarlo todo, por lo que lo dejaré así, espero no incomode a nadie. 

Ha ocurrido esto porque pensé en cambiarlo todo a tercera persona de ahora en adelante, pero he empezado en primera y luego he pasado a tercera sin darme cuenta. Disculpa.







Me desperté a las tres de la mañana, estaba segura de que ya no podría dormir más. Abrí los ojos y me encontré con un Berlín sentado en el escritorio abriendo el estuche en donde estaban sus medicamentos. Me levanté y él no se fijó en que me acerqué hasta que cogí yo por él el estuche y la aguja. 

—Deberías seguir durmiendo. — murmuró, pero sabía que aunque no quiera yo le iba a inyectar el medicamento. 

—Tu hermano me ha despertado hace dos horas. — hablé mientras abría un bote e introducía la aguja para extraer el medicamento. — Era cuestión de tiempo que me despertara el otro.

Pude verlo sonreír y me extendió la mano con el puño cerrado, le miré a la cara unos instantes antes de inyectarle entre los dos nudillos del corazón y el índice. Al acabar guardé las cosas y escondí el estuche de nuevo, no quería que nadie se enterara de su enfermedad. 

—¿Sabías... — empecé y apoyé mis codos en mis rodillas sin quitarle la vista de sus ojos marrones. — ... que había conseguido un tratamiento para tu enfermedad?

—No hay ninguna solución a esto Kioto. — habló Berlín levantándose de sopetón y caminando por el despacho. No le gustaba la idea de tener esperanzas. 

—Sabes que con dinero todo se consigue. — me removí incómoda y saqué las dos pistolas para ponerlas en la mesa despreocupada, no era ninguna amenaza, solo me molestaban. —Y yo tengo de sobra. 

—¿A sí? —se acercó a mi y colocó sus manos en los reposa brazos de mi silla para acercarse más a mi rostro. — ¿Donde lo has conseguido, a ver?

—¿Te acuerdas el viaje de negocios? — él asintió. Después de dos meses de casados, encontré un contacto que me aseguraba tener la cura para su enfermedad, no pude evitar viajar hasta allí para poder conseguirla y darle una sorpresa. Pero al final, la sorpresa me la llevé yo. — Me fui a Australia. Allí había un doctor retirado que afirmaba tener la cura, me mostró todas las pruebas que tenía y uno de cada diez personas que tomaron la cura murieron. Eran muy buenos números. 

—¿Tenías una cura para mí?— Berlín seguía con la vista fija en los ojos de Kioto, está no apartaba su vista y al estar tan cerca era casi imposible. — ¿Por qué no me lo dijiste?

—Era una sorpresa. Íbamos a cumplir dos meses de casados y quería darte algo significativo. — murmuró ella algo deprimida. —Cuando volví... Bueno, ya sabes lo que me encontré. 

A Berlín se le borró la pequeña sonrisa que tenía. Era cierto que le había sido infiel a Kioto, pero el problema fue porque había visto unos días antes unos emails que se mandaba con un hombre, a la vista de Berlín esos emails eran guarros y sugerentes por ello pensó que el viaje fue para conocer a su amante. Berlín pensó que le estaba siendo infiel, nunca se arrepintió de haberlo echo, pero ahora que le había abierto los ojos se arrepentía. 

El hombre nunca le contó el porqué de su infidelidad, ella tampoco lo dejó explicarse porque lo echó a patadas de su casa a toda prisa. En esos tiempos Berlín pensaba que había echo lo correcto, ahora no estaba tan seguro. 

𝐊𝐈𝐎𝐓𝐎 | ᴬⁿᵈéˢ ᵈᵉ ᶠᵒⁿᵒˡˡᵒˢᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora