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—¡Bien, mis queridos polluelos! —hablé aplaudiendo para que me prestaran atención. Todos tenían las armas falsas y las máscaras preparadas. — Espero que os sepáis vuestro papel. ¡No os pasará nada! Mamá Kioto os protegerá. 

Nairobi nos avisó de que nos preparáramos ya, por ello todos se pusieron las máscaras y conduje a los rehenes que vendrían con nosotros hasta la entrada. Antes de abrir las puertas avisé sobre que nadie tuviera ideas locas de escaparse, no llegarían ni a las escaleras.  

Coloqué a todos en posiciones donde el cirujano los pueda ver sin sentirse muy mareado, también corregí la postura de algún rehén y con una mirada llena de preocupación de parte de Berlín, ordené que las puertas se abrieran. 

Berlín desde un principio, se había negado a esta parte del plan. El Plan Kioto para él era un plan suicida, pero el Profesor sabía que nadie se atrevería a tocarnos y sabiendo mi historial también podrían imaginarse muchas cosas. Todos mis compañeros, excepto Berlín, pensaban que era muy amiga de un capo de la mafia, pero no sabían que literalmente eramos familia y por ello era protegida. Siempre tuve a la policía metida en el bolsillo, esta vez no será una excepción. 

Aparecieron dos hombres, no pude evitar fruncir el ceño al ver a dos y no solo uno. Pero creo que les impresioné más yo, al fin y al cabo, los únicos seres humanos que no conocían mi rostro, eran mis compañeros. Había tenido suerte. 

—Vaya, pedí uno y llegaron dos. — sonreí con amargura y Nairobi y Oslo, que estaban detrás mio, alzaron su propio fusil para dar algo de miedo. — Dejar todo en el suelo y avanzar. 

El hombre de gafas, que iba delante del otro hombre, me resultó familiar al instante y supe por su cara que me había reconocido rápidamente. Bajaron Tokio, Helsinki y Berlín sabiendo quién era el policía por el Profesor. Berlín se colocó a mi lado con una mano en su arma por si las moscas, mientras Nairobi y Oslo se encargaban de cachear a los dos individuos. 

—¿No habías pedido solo a uno?—preguntó Berlín a mi lado en alto, para que escucharan que ya estábamos sospechando. 

—Ya vez, regalo extra. — hablé y ahora era Tokio quién estaba dándoles órdenes. — Incluso han traído más material del que pedimos. 

—Cómo para no sospechar, es muy obvio. — susurró Berlín y me adelanté un paso. 

—Depositar todos los objetos metálicos en la bandeja que mi compañera os va a pasar. — Así cómo lo mencione, Tokio empezó a pasar una bandeja blanca. —Depositar gafas, llaves, relojes, anillos... Si tenéis algún micrófono os recomiendo ponerlo ahora y no lamentarlo después. Vamos a escanear cualquier tipo de radiofrecuencia. 

Mientras ordenaba que se quitaran los zapatos y se tumbaran, Río paso con un detector de metales y Tokio se fue con Helsinki para que le colocaran el micrófono en las gafas y así que el Profesor pueda escuchar todo lo que pase allí afuera. Berlín asintió en mi dirección y le hice un gesto a Tokio con la manos. 

—Trae las gafas del caballero. — hablé y él me miró. — Supongo que las vas a necesitar. 

El hombre me agradeció en un susurro y nos los mandé a que me siguieran. Pasé por el pasillo lleno de rehenes con pistolas falsas apuntándome, tengo que admitir que me llenó de orgullo ver que todos mis esfuerzos por la actuación haya salido espléndida. Puede ver de reojo cómo Berlín se quedaba atrás para ordenar que bajaran las armas. 

Entramos a la sala quirúrgica improvisada que habíamos echo, la camilla en medio, todos los útiles por alrededor y unos biombos nos ocultaban del exterior. 

𝐊𝐈𝐎𝐓𝐎 | ᴬⁿᵈéˢ ᵈᵉ ᶠᵒⁿᵒˡˡᵒˢᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora