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—Pero bueno Arturito, no esperaba volver a verte tan pronto. —Kioto empezó a reírse mientras agarraba gasas y alcohol para curar la herida de Arturo. Al parecer se la habían salido unos puntos. 

Arturo, antes de cualquier tortura, pidió ver a Mónica cómo quería desde el principio. El problema fue que se estaba acostando con Denver y se enfrentó a él abriendo su herida y provocando otra herida en Denver, solo que era más superficial. 

—Entonces... ¿te ha atacado con unas tijeras de punta redonda?

Denver asintió mientras Kioto le ponía una tirita en su ya curada herida. Tuvo un escalofrío cuando sintió como le acariciaba la espalda para pegarle correctamente la cinta, tuvo que pedirle que empezara a curar la herida del rehén para dejar de sentir ese calor en su pecho. 

Kioto terminó de colocar el último punto en la herida de Arturo y tuvo que posponer la tortura, ya que necesitaba todo el reposo posible. Cuando se quedó sola solo pudo sentarse en una silla para intentar relajarse. Llevaba un día de lo más inquieto y pidió que los rehenes de abajo estuvieran vigilados las veinticuatro horas al saber que podrían escaparse.

Cerró los ojos por unos instantes y fue cuando se escuchó una explosión que provocó su caída de la silla. Agarró con rapidez su arma y se fue con prisas a donde se había escuchado la explosión. Empezó a maldecir cuando se dio cuenta de que venía de la zona de carga. 

HACE DOS MESES, TOLEDO

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HACE DOS MESES, TOLEDO.

—¿Sergio?

Kioto tocó suavemente la puerta de la habitación de su amigo al no verlo en toda la mañana. Era domingo y no tocaba clase, pero siempre podías encontrar al Profesor dando vueltas por la casa. Kioto entró a la habitación al no obtener respuesta y se encontró con Sergio en la cama, abrió los ojos al notar su presencia y su rostro se adornó con una sonrisa. 

—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo?— la chica se acercó a la cama y se sentó en ella para empezar a tocar la frente del hombre, bajó la mano a su mejilla y por último a su nuca. Posó los labios en su frente para medir mejor la temperatura y, aunque ella no lo notara, Sergio estaba disfrutando cada segundo. — No tienes fiebre. Puede ser la barbacoa, yo tampoco me siento muy bien. 

—Podría ser. — el hombre se encogió de hombros y le señaló el lado de su cama vacío. Kioto no dudo en tumbarse.

 Los dos adultos miraron el techo de la habitación en un silencio cómodo, podían estar horas en silencio al lado del otro y sentirse llenos. Eran un equipo desde hace muchos años y los se consideraban familia, pero Sergio, pobre Sergio. Él quería más de ella. No quería ser su amigo, ni su hermano o una figura paterna. Él quería ser todo. 

—¿En que piensas?— la chica rompió el silencio y se giró para poder ver a su amigo pensativo. 

—En todo. — Sergio se giró también y mantuvieron el contacto visual por varios minutos. 

𝐊𝐈𝐎𝐓𝐎 | ᴬⁿᵈéˢ ᵈᵉ ᶠᵒⁿᵒˡˡᵒˢᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora