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Llevaba sentada en las escaleras de la entrada principal al menos tres horas. Vigilaba a los rehenes y respondía alguna pregunta que me hacían, sé que no debo cogerles cariños, pero algunos tenían su encanto. 

Sé la razón por la que Sergio me eligió para esto, y es que solía ser muy amable y servicial en casos como estos, pero si llegaba el momento solía ser una muy mala persona y el Profesor necesitaba a alguien que sepa como tratar a otros y como ser alguien odiosa cuando se necesita. Y puedo asegurar que si alguno de estos rehenes me llega a tocar los ovarios más de lo normal lo van a flipar. 

—¿Te relevó? — giré al escuchar la voz de Denver, sonreí en su dirección y le di un corto abrazo antes de irme. El chico era como un hermano para mi. 

Subí las escaleras hacía la sala de móviles, allí me encontré a Berlín con un café mirando a la ventana tan tranquilo. Busqué con la mirada la cafetera y sin pensarlo dos veces me serví un café, agarré un chocolate blanco de la esquina y lo fundí al ponerlo encima de la taza mientras echaba el café, le añadí leche y un poco de miel para luego acercarme al sofá. 

Antes de ello me fijé en un sillón y con una pierna logré arrastrarlo hasta otra ventana para poder ver a los policías. Fijé mi vista en Berlín mientras bebía un sorbo, no había notado su mirada en todo lo que llevaba dentro, algo extraño en él. Agradecí la poca luz que había, ya que me solía molestar cuando estaba oscureciendo. 

—Antes de ti a estado Río. —confesó sin voltear a mirarme. 

—Lo sé, le he mandado yo para que recogiera el equipo y revisara las cámaras. — respondí ahora quitando la mirada de su figura y poniéndola en los hombres que estaban preparando sus armas. 

—Me sorprende que Tokio haya dicho todo eso. — volvió a hablar. 

—Bueno, quiere proteger al chico, lo entiendo. Pero fue muy brusca, en mi opinión. — pude ver de reojo como él asentía y vi las ambulancias directamente. — Los policías están vivos. 

—¿Eh?

—Los policías que ha disparado Tokio. — expliqué.— Están vivos. 

—¿Cómo lo sabes?

—Las ambulancias siguen aquí, ninguna se ha ido. Si estuvieran en peligro de muerte o incluso muertos se hubieran ido hace unos diez o quince minutos, en cambio, siguen aquí. — me encogí de hombros terminando mi café con otro sorbo, escuché como se movía hasta estar a mi lado. 

—¿Sabes? Antes me ponía mucho cuando hablabas así, como una cerebrito. — susurró por lo bajó y solté una pequeña risa para luego levantarme y encararlo. 

—¿Ya no te pongo?— pregunté soltando las palabras en su boca, tuve que levantar mi cuello para hacerlo, me sacaba al menos una cabeza. 

Berlín no sabía si mirarme a los ojos o a los labios, nuestra cercanía no ponía muy nervioso y es que oía los latidos acelerados de su corazón. Solté una pequeña risa enseñando los dientes y me aparté de él recogiendo algunas cosas por el camino. 

—El tiempo de descanso a acabado cariño. — solté antes de salir por la puerta. 

Bajé por las escaleras viendo mi obra maestra, y es que, había colocado a los rehenes en algunas filas para que sea cómodo para todos nosotros. Busqué a la corderito con la mirada y Denver me explicó que Berlín le había ordenado a Río que no se separará de ella y se la había llevado.

Suspiré e hice una señal para que todos me siguieran, le pasé a Oslo y a Helsinki las botellas de agua que había cogido anteriormente y me lo agradecieron con una sonrisa. La norma que había puesto era que nadie debía hablar cerca de los rehenes hasta mañana, por ello todo estaba en silencio. 

𝐊𝐈𝐎𝐓𝐎 | ᴬⁿᵈéˢ ᵈᵉ ᶠᵒⁿᵒˡˡᵒˢᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora