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—Oye Berlín, explícame eso...—Kioto entró al despacho de Berlín personal, en donde tenía su propio teléfono rojo al igual que ella. — ...de la rehén. 

El problema era que estaba vacío y no era normal. Empezó a mirar por todas partes intentando encontrar la razón por la que él no estaría allí, ya que su instinto se lo pedía. Vio la pistola de Berlín encima de la mesa sin el seguro puesto, osea que tuvo la intención de disparar a alguien. Miró a su alrededor y vio que la silla estaba en una extraña postura, lo que indicaba que había sido arrastrada bruscamente. 

Maldijo por lo bajo y se fue corriendo del despacho, pasó por el suyo propio y por segunda vez agarró su propio fusil preparada para todo. Pasó por la fábrica y miró a Nairobi en cuanto hicieron contacto visual.

—¡Nairobi! ¡Conmigo!—La morena fue corriendo al encuentro de la menor y frunció el ceño al verla armada y enfadada. Preguntó con la mirada. —Berlín no está por ningún lado, y se de alguien que le tiene mucha manía. 

—He visto a Tokio irse antes al baño. —contestó ella también confundida por todo lo sucedido. Al final Kioto tenía razón, quién más jodía el plan era la peli corto. —Ven, vamos. 

Kioto estiró la espalda y se fueron trotando al baño, Nairobi paró de golpe y golpeó la puerta para después gritar para saber que sucedía allí dentro. Nairobi, aparte de la mejor amiga de Kioto, era la persona del grupo que más quería que el plan saliera a la perfección, por ello le disgustaba las jodidas desviaciones que estaba teniendo Tokio. 

—¡Estamos jugando a la ruleta rusa, Nairobi! 

Kioto escuchó la voz de Berlín alto y claro, sin mencionar que no llevaba los audífonos, por lo que notaba las respiraciones aceleradas del otro lado, los pasos y los suspiros que hacían allí dentro. Kioto se alejó un pasó y le pegó una fuerte patada a la puerta, no logró mucho, pero puedo escuchar cómo un clavo se caía. Tenían la puerta cerrada desde dentro con tablas de madera. 

—¡No lo intentes Nairobi! —pudo escuchar como gritaba Tokio desde el otro lado— No conseguirás nada con patadas. 

—No fue Nairobi. — se atrevió a hablar Kioto. 

Está notó el cambió de respiración que tuvieron todos allí dentro, y es que, tenían que admitir, que Kioto daba muchísimo miedo cuando se enfadaba. Río pensó en que deberían haber meditado todo eso antes de hacerlo, no quería tener la furia de Kioto encima suya. Tokio también tenía miedo, pero ella también estaba enfadada. Tal vez todo eso que le hacía a Berlín, en el fondo de su mente, sabía que era por Kioto, porque ella no quería dejarle para estar con ella. 

Kioto miró a Nairobi y está se encogió de hombros sin saber que hacer. La chica bajó su mono y se enrolló las mangas a la cintura para poder moverse mejor, fue entonces cuando volvió con una fuerte patada a la puerta y escuchó una maldición. Menos mal que sus piernas eran fuertes, si no seguramente se esté lamentando de las patadas, pero Kioto estaba tan furiosa que no reparaba en el temblor de la pierna.

—Abre Tokio, no quieras que yo entre. 

—¿O qué? ¡Eh! — pudo retroceder a tiempo cuando Tokio dio una patada desde dentro a la puerta. — ¡Dices que yo jodo el plan! ¡Pero tú estas aquí por diversión!— Kioto suspiró y rodó los ojos al ver que la mujer ya estaba enfadada. — ¡Tú! ¡Qué lo único importante en tu puta vida de mierda fue nacer rica! ¡No tienes nada más!

—Tokio, tía, no sabes de lo que hablas. — habló tranquila Kioto. —Vamos, abre. 

—¡No!— gritó más alto. Kioto se tapó un oído y Nairobi la miró preocupada. —Eres una desagradecida, manipuladora y egocéntrica cría de mierda.

𝐊𝐈𝐎𝐓𝐎 | ᴬⁿᵈéˢ ᵈᵉ ᶠᵒⁿᵒˡˡᵒˢᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora