La cabeza de Ayame Zenin daba vueltas. Su corazón quedó atónito, ahogado en...
¿Arrepentimiento? No estaba segura.
El humo del cigarrillo la envolvió, pero no sintió calor alguno.
— ¿Aún lo extrañas verdad?
Era una pregunta sencilla, pero devastadora al mismo tiempo.
Ayame nunca supo cómo lidiar con sus sentimientos, mucho menos si había una manera correcta o incorrecta de responder en esta situación.
Responder con la verdad significaba tener que lidiar con algunas cosas que estaba tratando desesperadamente de ahogar en el fondo de sus pensamientos, pero mentir significaba engañar a la única persona que siempre estuvo ahí para ella.
Era aún más devastador cuando esa pregunta venía directamente de su mejor amigo, tan solo unas horas después de lo que había pasado entre los dos.
— No es así...
Ayame eligió mentir, porque las mentiras eran menos complicadas de explicar. Las mentiras eran menos dolorosas. Las mentiras no lastimaban a nadie.
Desafortunadamente para ella, Nanami sabía cuándo estaba mintiendo. Podía verlo en sus ojos, o en la forma en que la respiración de Ayame cambiaba ligeramente, en cómo sus labios se torcían con ansiedad.
Nanami la conocía, probablemente incluso más de lo que Ayame jamás podría imaginar. Él no se consideraba una persona expresiva, pero seguía siendo un humano. Sin importar lo amable y sereno que intentara ser, también podía ser invadido por algo tan simple como los celos.
El rubio no tenía nada en contra de Satoru Gojo, no. Pero no tenía por qué tener nada en contra de él para experimentar ese feo sentimiento de irritación, porque aún después de diez largos años, el peliblanco parecía seguir teniendo la atención de la persona de la que él había estado enamorado todo este tiempo.
La peor parte es que Nanami era consciente de que era su maldita culpa estar metido en este lío en primer lugar. Hasta ahora, había logrado mantener cualquier sentimiento que empezaba a apoderarse de él, bien enterrado a seis metros bajo tierra y pavimentado con piedra.
Porque no importaba lo que pasara, ella era Ayame Zenin, la ex novia de Satoru Gojo. Y él era Nanami Kento, su mejor amigo.
Pero ahora
Ah, pero ahora -
Ahora Nanami Kento, por primera vez en su vida, había actuado egoístamente. Había cedido ante sus impulsos, en contra de su buen juicio. Y maldita sea, se había sentido bien.
Nanami pensaba que él jamás podría competir con Gojo.
Satoru Gojo. El más fuerte. El más popular. El que siempre se quedaría con la chica en cualquier escenario.
Pero Nanami no se consideraba un cobarde, y si había por lo menos una posibilidad, por más pequeña que sea, de que su amiga sienta lo mismo por él, iba a tomarla.
— Nanami yo... — Ayame rompió el silencio incómodo.
— Si te vas a disculpar no lo hagas, no me arrepiento de lo que pasó. — interrumpe Nanami mientras agarra un cigarrillo y lo enciende. Nunca le gustó fumar, pero lo hacía cuando estaba nervioso.
— Jamás te había visto fumar — dice Ayame con una leve sonrisa.
— No te dejaría fumando sola.
— Yo... no tengo planeado quedarme mucho tiempo aquí, en Japón, pensé que deberías saberlo. — la chica suspira.
— Hmmm.. ¿Te volverás a ir? — hay un atisbo de decepción en la voz de su amigo.
— Mi misión técnicamente terminó aquí, sería mejor irme antes de que mi clan se entere de que Itadori está vivo.
Nanami no supo qué decir, las palabras de la chica lo golpearon como un balde de agua helada, y necesitaba un momento para procesar la información de manera lógica. Se sintió ingenuo, por supuesto que Ayame no se quedaría, tiene una vida afuera después de todo. ¿En qué estaba pensando?
El rubio trató de mantener su expresión lo más neutra posible. Era una madrugada fría así que se retiró el cortavientos que tenía puesto y se lo colocó encima a Ayame, para protegerla de la brisa.
Ninguno dijo una palabra.
Ambos sabían que tenían una conversación pendiente, pero en ese momento decidieron disfrutar de la compañía del otro en silencio. De todos modos ya estaba por amanecer.
Cuando el reloj marcó las 6:30 am, el sonido del timbre la puerta los sacó de su trance.
El rubio apagó su cigarro contra la barandilla del balcón y se dirigió a abrir la puerta. Del otro lado estaban Ijichi e Itadori. Ayame se unió a ellos, por la expresión en sus rostros parecía una situación seria.
Itadori, que para ese entonces ya estaba acostumbrado a ir al departamento de Nanami, notó la presencia de Ayame y la examinó con una mirada profunda, como si pudiera leer lo que había pasado entre ella y su mentor. Usualmente el joven habría hecho alguna broma al respecto, pero había una seriedad inusual en sus ojos.
Una vez que ambos entraron y todos se acomodaron alrededor de la sala de estar, Ijichi comenzó a hablar.
A medida que Ijichi explicaba la situación, Nanami y Ayame se iban dando cuenta de que había sido una muy mala idea haber dormido sólo un par de horas esa noche.
El asistente auxiliar explicó que se había encontrado el cadáver de la madre de un chico llamado Junpei Yoshino en su hogar, la muerte tenía que ver con uno de los dedos de Sukuna, y con la maldición contra la que Nanami había peleado hace poco.
Nanami y Ayame habían realizado un arduo trabajo investigando a la maldición de los parches en la cara desde su último almuerzo juntos. Sin embargo, era la primera vez que Ayame escuchaba el nombre de Junpei, parecía que se trataba de un chico cercano a Itadori.
Por otro lado, antes de lidiar con la maldición que tantos problemas les había causado, debían lidiar con el pequeño joven de cabello palo rosa, que no se veía muy feliz de ser excluído una vez más.
— ¿Dices que estorbaré, Nanamin? — lo retó el chico — ¿Estás herido desde la última vez no? Llévame contigo, seré útil.
— No es no — el rubio se mantuvo firme — El enemigo es una unión de retazos que modifica y usa seres humanos. Entiéndelo por favor, es peligroso. Aún eres un niño, y ser un niño no es ningún pecado.
— Nanami y yo nos encargaremos. — Ayame le sonrió suavemente mientras le daba una palmada en la espalda.
— Te agradeceríamos si sigues vigilando a Junpei a partir de ahora. — dijo el rubio con la expresión seria que tenía siempre.
Ayame no pudo evitar sentir algo de pena por Itadori, pero en el fondo sabía que Nanami tenía razón. El niño ya tenía suficientes cargas que no había pedido, no había razón para agregar una más.
Sin decir nada más, ambos hechiceros salieron del departamento, dejando a Ijichi a cargo de Itadori. Solo podían esperar que la falta de sueño y la carga emocional que compartían en ese momento no lleguen a interferir tanto en su misión.
***
Se que me estoy demorando mucho en actualizar pero he estado con mil cosas perdoooon
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Entre ayer y hoy (Satoru Gojo x Lectora / Kento Nanami x Lectora)
RomanceAyame Zenin solo recuerda una cosa de sus años de secundaria: a Satoru Gojo, el bastardo que le rompió el corazón y la razón por la cual dejó su hogar. Después de diez largos años, ella regresa a Japón con una misión secreta que le impone su clan. S...