Epílogo

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Las flores señalaban el camino hacia el centro de asistencia Green Valley. Había de todo tipo, violetas, petunias, incluso girasoles que crecían alrededor de un cartel que se encontraba clavado en el césped. Mi corazón latió rápido, pero no pude evitar sonreír. Es un hermoso recuerdo sobre la vida, muy apropiado para el lugar, uno donde la mayoría de los residentes habían alcanzado su edad de ocaso.

A mi lado, Freen se mantenía en silencio. Seguía sacando su mano de mi agarre, limpiándose el sudor de las palmas en sus pantalones y arreglando su mochila, la cual no decidía si llevarla al frente o por detrás. La tensión en sus hombros gritaban su nerviosismo.

Me detuve en el medio del camino, acunando su mejilla con mi mano libre. — Todo estará bien, cariño. Lo prometo. Todo salió bien con Irin, ¿No es así?

Suspiró, pero me sentí victoriosa cuando un ápice de sonrisa acompañó el sonido. — Sí, aunque sigo sin estar segura de que nos crea.

Supongo que el truco de fuego con las manos la convenció — le aseguré. — Aunque tal vez no deberías de mostrarle tu cola con tanta frecuencia.

Ni me lo digas — masculló. — La jaló tan fuerte que me sigue doliendo el trasero.

Al menos se disculpó.

Sí, sí. Puede disculparse con mi trasero — pausó, tragando un nudo visible en su garganta. — Pareces muy segura de todo esto. Sobre hablar con mi mamá, ¿Qué pasó con Becky la ansiosa? No veo nada de amarillo.

Un sonrojo complacido apareció en mis mejillas. — Sabe que tiene en quién apoyarse — murmuré, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja. — Y tú también lo tienes, Freen. No importa lo que pase ahí, estoy contigo. Como siempre.

Como siempre.

Ella se inclinó para besarme, de una forma que me derritió el corazón. Es una sensación de la que no me canso, y ahora que Freen es libre, puedo experimentarlo una y otra vez, hasta que las dos nos retiremos a un lugar como este, e incluso después de eso.

Me reí sobre sus labios, y nos separamos. — ¿Qué? — preguntó, elevando una ceja con curiosidad.

Nada. Solo... Me estaba imaginando a las dos como un par de ancianas, gruñonas y lesbianas, en un hogar de retiro. Tomadas de las manos en nuestras sillas de ruedas y quejándonos sobre el sabor de la gelatina del comedor.

Freen también se rio. — Eso es adorable, lo quiero, pero yo sería una anciana gruñona y bisexual, gracias.

Claro que lo serías, cariño. Una gruñona y lesbiana, y la otra gruñona y bisexual, pero juntas, ¿Qué tal suena?

Suena perfecto — luego de morder su labio unos momentos, miró por sobre mi hombro, hacia la entrada del edificio. — Okay, creo que estoy lista.

Ambas entramos, tomadas de la mano, algo que no pasó desapercibido por la recepcionista. Al menos le pareció adorable, por la sonrisa que nos ofreció y cómo tildó la cabeza hacia un lado.

Awww, ¿Están aquí para visitar a uno de nuestros residentes? No creo haberlas visto antes.

Miré a Freen, quien de repente pareció olvidar cómo hablar. Su expresión se volvió suplicante, por lo que me hice cargo, aunque no sin algo de preocupación. Nunca la había visto tan dudosa.

Así es, a Priya Chankimha.

Los ojos de la recepcionista se ampliaron. — Oh, tiene a muchos amigos por aquí, pero usualmente no recibe visitas del exterior, ¿Podría preguntar quiénes son?

𝐏𝐚𝐜𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐠𝐫𝐞 [+𝟏𝟖]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora