PETE
He firmado el maldito contrato, Vegas me ha echado la bronca por firmarlo sin leerlo como si fuese un niño pequeño y ahora estoy en la sala del piano, sentado frente al teclado pensando en la razón por la cual estoy tan furioso.
Me digo a mi mismo que es por el tono de condescendencia que a veces usa conmigo, pero la realidad es que es por ese contrato. Odio que un papel esté entre nosotros, que unas cláusulas tipo rijan como debe ser nuestra relación. Solo él y yo deberíamos decidir cómo debe ser nuestra relación.
Pero, si una cosa he aprendido a lo largo de los años, es a escoger mis batallas. Si quiero tener a Vegas en mi vida, de momento debe ser con sus condiciones, y una de ellas es ese trozo de papel.
Inspiro fuertemente por la nariz y dejo que salga por la boca lentamente. Repito el ejercicio de respiración hasta que noto como mi enojo va disminuyendo. Poso mis manos sobre el teclado y el suave y frío tacto de las teclas me acaban de relajar.
Recuerdo cuando mi padre adoptivo me sentó la primera vez frente al piano de nuestra casa. Él me contó cómo la música le había salvado la vida, como ese piano lo había acompañado a lo largo de un camino nada fácil de recorrer.
Él creía que conmigo sería igual, que la música me ayudaría a encauzar mis sentimientos. Y aunque al principio no quería creerlo, mi padre tenía toda la razón.
Cuando en el instituto tenía un mal día, aporreaba el teclado con alguna canción enérgica, y la adrenalina surcaba mis venas haciendo que volara lejos de los problemas. Igualmente, cuando echaba de menos a los chicos y al orfanato, la música me hacía compañía y me ayudaba a sobrevivir un día más.
Al final aprendí a amar la sensación que me proporcionaba tocar las teclas blancas y negras del piano. Acudí a clases particulares y durante toda la universidad ensayé cada día. No soy un virtuoso, pero soy lo suficientemente bueno como para no avergonzar a mi padre en sus reuniones de alcohólicos anónimos. Él trabaja con la gente del barrio, y durante algún tiempo lo acompañé, tocando para ellos. Tay regala su experiencia y sabiduría con la esperanza de poder salvar a alguien, como otra persona en su día lo salvó a él.
Pienso en la suerte que tuve de encontrarlo y me pregunto qué pensaría de mi relación con Vegas. Tay nunca juzga a nadie, no cree que debamos dar explicaciones de nuestros actos a nadie, más que a nosotros mismos.
Cuando le dije que me gustaban los chicos, me dijo que eso no era asunto de nadie. Que uno no escoge de quien se enamora y que eso no tiene nada que ver con ser gay o no. Es algo que a nos pasa a todos, nunca se elige a quién amar y así es la vida.
Tay es un hombre estoico, con un humor muy particular, pero si hay alguien en quien se puede confiar es en él.
Sin darme cuenta, veo en el reloj que son casi las dos, y todavía no hemos comido nada. Decido buscar a Vegas y preguntarle si quiere que prepare algo de comer o quizá salir un rato.
Camino por la galería hasta su despacho, y cuando estoy a punto de tocar la puerta oigo los gritos furiosos de Vegas. Parece que habla con alguien por teléfono.
—Quiero que me dejes en paz, deja de llamarme y de buscarme. Ya te he dicho que no tengo interés en verte más — le dice a alguien a través del teléfono.
Parece que la persona con la que habla intenta convencerlo de algo, porque no oigo nada más por un par de minutos.
—Si tengo que volver a repetirte que dejes de acosarme, llamaré a la policía — le dice tajante.
Un rato después un fuerte estruendo, Vegas ha tirado algo contra la pared.
—Ni te acerques a él, si me entero que estás a menos de un kilómetro de Pete, acabaré contigo y no es una amenaza, es un hecho — le grita y oigo como respira con dificultad.
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Carpe Diem [Adaptación]
FanfictionPete necesita algo en su vida, algo que lo saque del letargo en el que está sumido después de la muerte de su único amor. Vegas siempre ha tenido el control, en todos los aspectos de su ajetreada vida, pero hace mucho que no disfruta de un verdader...