XVII

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VEGAS

Navegar con el mar en calma y en compañía de Pete me recuerda a las tardes de domingo que pasaba con mi abuelo en alta mar. Mi chico aprende rápido y enseguida estamos navegando rumbo a una isla un poco apartada que conocí gracias a Chay.

Una de las cosas que me encantan de Pete es con la naturalidad que parece adaptarse a cada situación que se le presenta. Él no creció en una gran casa, con dinero y con gente que te decía a cada momento cómo comportarte en sociedad. Pero me ha demostrado la capacidad de adaptación que tiene, primero en la cena de gala donde lo llevé, rodeado de gente asquerosamente rica y asquerosamente engreída y ahora aquí en un yate de 20 metros donde parece haber nacido por lo a gusto que se le ve.

Cada parte de él que descubro es más impresionante que la anterior, su trabajo, su vida, sus preferencias sexuales y ese punto masoquista que tiene me desarman por completo. Mi mente está saturada con mil y un escenarios de nuestra relación. Contra todo pronóstico aguanté dos semanas antes de tener que verlo. Le mandé el contrato y esperé pacientemente, pero él no dio señales de vida y mi ansiedad se puso por las nubes.

A veces me he planteado dejarlo, pasar página y buscar un sumiso estándar, que sepa de qué va esta vida y no tenga que esforzarme en absoluto. Pero la sola idea de tocar a alguien más me repugna y que otro hombre lo toque me revuelve el estómago y saca al demonio que llevo dentro.

Tengo que tener un plan B si al final no accede al contrato, porque hay algo que late en mí por él y no puedo pensar en la posibilidad de no tenerlo en mi vida de alguna manera.

Así que tengo que asegurarme que firma ese contrato y después lidiar con lo que sea que estoy sintiendo por él.

Llegamos a la isla, la orilla no está demasiado lejos, pero tenemos que nadar un poco para llegar a la arena blanca. Pete se quita la camiseta y esos diminutos pantalones que me han tenido duro todo el viaje y se tira al agua con un estilo impecable. Es perfecto.

Nadamos hasta que podemos tumbarnos en la orilla. La isla está desierta, aquí solo se puede llegar en barco y no hay ninguno a la vista.

—Esto es hermoso, no conocía este lugar — me dice admirando la belleza del paisaje.

—Solo se puede llegar en barco y no mucha gente lo conoce — le explico.

—Gracias Vegas, por todo. Ha sido un fin de semana perfecto — me dice sin mirarme. Cojo su barbilla con dos dedos y hago que me mire a los ojos.

—Para mí también lo ha sido, hace mucho que no disfruto de la compañía de alguien tan especial como tú — le digo y me adelanto para besar sus labios que saben a sal.

Pasamos la tarde tomando el sol y riéndonos de las travesuras del Pete adolescente que tenía las ideas más imaginativas para hacer enfurecer a su padre adoptivo. Realmente admiro a este hombre, no lo ha tenido fácil, pero aquí está siendo él mismo, viviendo según sus reglas. Tan especial. Tiene que ser mío a como dé lugar.

Cuando el sol está bajando volvemos al yate y tomamos rumbo al puerto. El viaje de vuelta es tranquilo, Pete está cansando, puedo ver como a veces se le cierran los ojos.

Lo meto en el coche y dejo que se acurruque contra la ventanilla y conduzco todo el trayecto hasta su casa echándole miradas furtivas a su preciosa cara de vez en cuando. Se ve tan vulnerable cuando duerme, encoge las rodillas hasta que le llegan al pecho y esconde la cara bajo el brazo. Me he dado cuenta que esa es su forma de estar seguro, la forma en la que se protege para dormir.

Aparco enfrente de su bonita casa y lo saco en brazos del coche. Apenas se despierta para meter su cabeza en mi cuello y rodear mi cintura con sus piernas, parece un monito. Abro la puerta con las llaves que Pete lleva en el bolsillo y lo dejo sobre su cama.

Carpe Diem [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora