XXII

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VEGAS

Esta noche está yendo justamente como quería. El fuego en los ojos de Pete me tiene en una nube de lujuria y deseo. Un trío, mi chico juega fuerte y no puedo decir que eso no me encanta de él. Me ha dejado claro que no quiere a nadie entre nosotros y menos mal, porque no podría aceptar a nadie cerca de su piel.

—¿Y ahora qué? — me pregunta con una pizca de ansiedad.

—Ahora empieza la diversión — le digo levantándome del sofá y tendiéndole la mano.

Él la acepta sin pensarlo un segundo y yo me muero por enseñarle nuestro próximo destino. Lo llevo al extremo de la habitación donde una puerta disimulada a la vista, con la misma pintura de la pared, nos adentra en una sala totalmente opuesta a la que abandonamos.

Luces cálidas, música sensual y decoración barroca dejan a mi pequeño sin aliento. Puedo sentir la tensión en sus hombros y el apretón que le da a mi mano es el indicador más claro de lo que está sintiendo.

—Vegas...— susurra.

—Si es demasiado, solo dilo y nos iremos, sin castigos, sin consecuencias, solo di la palabra y te sacaré tan rápido de aquí que pensarás que ha sido un sueño — le digo.

—Es... abrumador, pero no quiero irme, quiero hacer esto contigo — me dice y su voz es tan sensual y melodiosa que me tiene duro en un segundo.

Nunca había estado en una subasta, no había sentido la necesidad de complacer los deseos de nadie en toda mi vida como con este pequeño arquitecto. Pero había escuchado a sumisos y dominantes hablar de ellas.

La sala donde estamos es espectacular, es un sitio donde dejar tus inhibiciones fuera, donde probar cualquier cosa que tengas en mente, sin restricciones o lamentos.

La cantidad de dinero que cobran para participar es jodidamente alta, pero vale la pena cada dólar que he pagado. Aquí puedes hacer realidad cualquier fantasía sexual, por muy descabellada que parezca.

Las paredes son de un color rojo oscuro, los detalles de las molduras y las lámparas colgantes brillan a la luz tenue que desprenden pequeños focos colocados aquí y allá. Mil artilugios cuelgan de las paredes, látigos, mordazas y restricciones de todo tipo. Por otro lado lubricantes, condones y vibradores de variedad de tamaños y colores, se alinean en estanterías de metacrilato negro. Una de las cuatro paredes de la sala es de cristal traslúcido, y antes de que nos acostumbremos al lugar, unas luces potentes iluminan la habitación al otro lado de ese cristal.

El trío por el que Pete pujó está en mitad del dormitorio, uno de ellos al que llamaré Hércules porque es del tamaño de un ropero, tiene al pequeño y rubio chico entre sus enormes brazos. Mientras el surfista está a su espalda acariciando y besando su cuello. El chico rubio gime sin parar disfrutando de ser el centro de ese trío hermoso que me pone la piel de gallina.

Pete los mira con los ojos desorbitados y una buena erección en sus pantalones vaqueros.

—Deberíamos ponernos cómodos — le digo y él despierta de su estupor asintiendo en mi dirección.

—Sí, amo— se mete en su papel y es tan adorable que no quiero que esta noche termine nunca.

—Quítame la ropa Pete — la orden sale de mi boca casi en un susurro, tengo que controlarme.

Enseguida se arrodilla ante mí y me quita los zapatos y calcetines. Lentamente me despoja de la chaqueta y la camisa que traigo hoy. Me encanta lo que la mirada caliente de Pete me dice que le hago sentir, su sonrisa de lado y su encanto inocente me hacen querer atarlo, morderlo y poseerlo salvajemente.

Carpe Diem [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora