Cap. 20 - El Escudo y la Espada.

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Ante sus ojos expectantes, una gran sonrisa se asomó en el rostro de Murrey. Había sentido el miedo después de tanto tiempo, y la peculiar, pero hermosa vista de la masacre que los astartes de los Halcones de la Tormenta orquestaban a apenas veinte metros de donde él estaba era simplemente... Hermoso.

La emosión de la adrenalina recorrió todo su cuerpo, el puño se apretó sobre su bolter y unas ganas sobrenaturales lo insitaban a cargar contra los enemigos que tenía justo al frente. Aún así, Murrey ya había logrado reprimir esos impulsos tan primitivos que invadían su cuerpo. 

Sabía que no podía morir, sabía que todo el campo de batalla central dependía de su liderzgo, y mantener su cabeza pegada a sus hombros era su máxima prioridad. Por eso esos gigantes de dos metros y medio de alto de armaduras blancas atravesaron todo el campo de batalla como una sombra, solo para acertar un golpe mortal contra la cabeza orka. 

Aún así, Murrey no se sintió triste por no poder pelear tan emocionante batalla. Todo lo contrario. Disfrutaba ver como los miles de pieles verdes hacía lo posible por superar las garras de los astartes, pero ni siquiera uno de ellos caía ante los abrumadores números. Pero Murrey tenía otros planes en mente. El orko al mando señaló hacia la carnicería, y con un extraño gesto que parecía imitar a una pistola, bajó el pulgar... y un marine espacial de los Halcones de la Tormenta cayó abatido, con una enorme herida que atravesaba su espalda y cervoarmadura.

Si bien las cervoarmaduras modelo Corvus eran más ligeras estaban especializadas para la infiltración y el sigilo, seguían sierdo poderosas barreras contra cualquier ataque enemigo. Así que ver como uno de los suyos cayó muerto sobre el suelo, aún cuando no había ningun orko cerca de él, simplemente dejó a todos, incluyendo a los propios orkos a su alrededor, atonitos. Y lo pero de todo, que este fue simplemente el primero. 

Uno por uno, los astartes de los Halcones de la Tormenta caían ante un enemigo invisible. Cualquiera pudiese pensar que Murrey estaba usando su poder Whaaag a voluntad para tal tarea, pero nada más alejado de la realidad, pues el orko aún desconocía de esta capacidad. Aún. 

Aún así, eso no explicaba el porqué cada vez que Murray baja el pulgar, uno de los astartes de pálida armadura caía muerto con enormes cortes que atravesaban todo su cuerpo. El capitán del pequeño grupo, aquel marine espacial de casco rojo distintivo, miraba sin poder explicarse como sus hombres caían ante una fuerza misteriosa. Ya no quedaban muchos, y seguro el mismo sería el proximo en caer. ¿Acaso... había algo capaz de sobrepasar el sigilo de los descendientes del cuervo? Imposible... O al menos eso quería creer. Pero entonces lo vió.

Fue un instante. Una milésima de segundo. Algo imposible de ver para incluso un astarte promedio. El capitán vió extrañado como el aire a su alrededor se desformaba, creando pequeñas turbulencias que sus ojos mejorados genéticamente fueron capaces de apreciar. Sin pensarlo un segundo, se lanzó sobre la sombra, agitando sus mortales garras electrificadas sobre la aparente nada, pero entonces... lo vió. Y no eran solo uno. 

 

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Warhammer 40k Fanfición -La Venganza del RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora