Cap. 8 - Estirando las Alas

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Una nueva guerra se cernió sobre los paisajes de un mundo desconocido. Una guerra de piel verde contra piel verde. De orko contra orko. Cada clan, cada grupo de guerra y caudillo militar era incapaz de acabar con la furia da Kanan y sus ejércitos. Miles morían por el fragor de la batalla cada segundo, pero miles más se unían a sus filas tras cada batalla. Era una fuerza imparable, una marea verde que arrasaba y conquistaba todo a su paso. Un mundo primitivo con solo pieles verdes viviendo en él. Un mundo perfecto para reunir un ejército. 

El grupo se convirtió en una legión. La legión en un ejército. El ejército en una armada. Y la armada en una horda. Millones de pieles verdes, sin importar la fuerza o capacidades de cada indivíduo, se unían cada día a las filas de Kanan. Aquellos que nacían entre la tierra y el lodo encontraban sorprendidos una ayuda que nunca antes se había visto. Cada orko, grentchins o los notling, por muy pequeño que fuese recibía una mano aliada tras romper su capullo, y de inmediato sabían que el destino les había sonreído. 

Aquellos que abandonaban la placenta que los mantenían con vida podían escuchar de primera mano, de boca de los más viejos, las historias del líder orko que regía sobre todos en ese gran planeta. Nacían sabiendo que les esperaría un gran futuro lleno de combates, o una muerte digna en el campo de batalla. Y no tonta riñas entre clanes orkos. 

En cinco años, Kanan puso bajo su dominio a cada orko del planeta que nombró Heim. Hogar en un antiguo idioma terrano. Pero solo era una palabra... Pues su verdadero objetivo estaba más allá de la atmosfera de dicho planeta. 

Si hay una verdad absoluta, era que la inventiva e inteligencia orka estaba siempre a la par de sus números. Kanan había escuchado esto antes de los registros imperiales, pero nunca nada le había parecido tan absurdo. Pero ahora... Era prueba viviente de ellos. Frente a su humilde morada, se alzaba cintos de miles de hangares tan grandes como montañas, y dentro de ellos, naves estelares tan grandes como las del imperio se hacían y deshacían a pedazos. 

¿Cómo? Kanan no era capaz de entenderlo del todo. ¿Cómo esos tontos orkos que lucharon a su lado como fieras rabiosas carente de raciocinio ahora eran capaces de fabricar tales maravillas de la ingeniería? ¿Acaso siempre fueron capaces de hacer algo así? De ser el caso, el ex-Marine comenzó a mirar a sus seguidores de piel verde con mayor respeto. 

Pero no había tiempo que perder. No había necesidad de construir palacios o monumentos por su victoria. No había necesidad de hacer cosas tan absurdas. En todos estos años nunca perdió su meta. Aún podía ver con ojos coléricos una estrella brillar más que otras en el panorama nocturno. Terra lo llamaba, y la imagen del Emperador cadáver hacía que su sangre hirviera cada vez que el recuerdo que Slaanesh implantó en su conciencia venía a su mente. 

Aún así, no podía evitar sentir un poco de admiración por esa raza tan primitiva que le gustaba mirar desde la cima de la torre de vigilancia más alta del campamento principal. Campamento que era veinte veces más grande que la ciudad de New York, y su población, en ves de simples humanos, era de puros pieles verdes listos para la batalla. La galaxia no lo sabía aún, pero cerca del borde este de la galaxia, allá, en una estrella desconocida, se estaba formando la armada orka más poderosa que la galaxia había conocido. Más grandes incluso que aquella que protagonizó la gran guerra de Armageddon. Y todo, por la influencia de un solo individuo.

Warhammer 40k Fanfición -La Venganza del RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora