Cap. 37 - Herida Latente

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Mientras tanto, en uno de los baños de una imponente barcaza de batalla, la primarca Tomoe trataba de despejar su mente bajo el constante flujo del agua que caía sobre su cuerpo.

Tras numerosas victorias limpiando mundos de traidores en regiones cercanas al reino de Ultramar, el Lord Comandante Robute Guilliman, decidió otorgarle bajo su mando el control de una flota de mediana envergadura, siendo la barcaza de batalla ¨La Venganza de Sangre¨ el buque insignia de dicha flota.

A ojos públicos, la existencia de Tomoe y las astartes féminas era todo un secreto, uno que muy pocos en el imperio conocían. Después de todo, en un universo en llamas lo menos que quería era que individuos no deseados se comenzará a cuestionar el origen y la aparición de una primarca desconocida. Algo en lo que la propio Tomoe estuvo de acuerdo, siendo el capitán Catus aquel que sería la cara pública de dicha cruzada. Una responsabilidad demasiado grande para un mero capitán, pero... ¿Quién en su sano juicio cuestionar las órdenes del Lord Comandante?

De hecho, la propia existencia de las marines espaciales mujeres era un secreto incluso para el resto de cuerpos dentro del ejército, y dado que las imponentes armaduras WK-2 eran prácticamente iguales desde el exterior, era imposible notar la diferencia. Además, sus cascos tenían un modulador para modificar sus propias voces. De hecho, solo la existencia de Takeko era conocida dentro del ejército, y desde el punto de vista de los soldados de menor rango, está simplemente era la mano derecha del imponente monstruo que portaba la armadura roja y guiaba toda la cruzada. ¿Acaso era un custode? ¿Acaso era el propio Guilliman usando otra armadura? Los soldados regulares jamás conocerían la respuesta ni la identidad de la primarca de la segunda legión.

Aún así, tantas responsabilidades, tanto peso del presente y el pasado caían ahora sobre los hombros de la primarca. Sabía que Guilliman contaba con ella para lograr salvar al Imperio, aún cuando el propio imperio desconociera su existencia. Pero ella estaba dispuesta a hacerlo. Por los que aún seguían luchando... y por los que ya no eran capaces de hacerlo.

Tomoe estaba en un estado meditativo bajo la ducho, recordando, reviviendo tantos momentos, imaginando tantos otros. Su mano lentamente descendió por su cuerpo, hasta detenerse sobre su vientre. Sobre aquella funesta parte donde tenía una pronunciada y horrenda cicatriz que la atravesaba de lado a lado... Y recordó.

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Tomoe: - ¿¡Qué más quieres de mi!? -

Incontables años en el pasado, la voz colérica de la primarca resonaba en el interior del palacio imperial de la Santa Terra. En uno de los colosales pasillos, adornados de lujosos objetos ornamentados y revestidos en el más puro oro, un colosal ser se regía sobre todas las formas de vida de Terra y de toda la humanidad.

El Emperador, aquel entonces en su sano uso de sus facultades, se mantenía orgulloso, de pie, con la cabeza al frente mirando al interior del pasaje donde se encontraba, enfocando sus ojos hacia el destino donde se dirigía. Pero dándole completamente la espalda a su hija.

No muchos fueron testigos de tal escena, salvo los propios Emperador y Tomoe, además de los cuatro custodes que resguardaban esa zona del palacio, pero además... había uno más. Uno que se mantenía también a espaldas del Emperador, sujetando el hombro de su hermana tratando de contener su ira. A su lado estaba el primarca Perturabo.

Warhammer 40k Fanfición -La Venganza del RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora