Cap. 48 - Pelea Aztuta

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Los vítores se silenciaron. Los vientos provenientes del sur del planeta cesaron. No se escuchaba nada, no se sentía nada más que la tensión vibrante entre los dos colosos que se alzaban sobre la arena.

Los segundos pasaron con una lentitud más amarga que lo normal. Segundos de tensión tanto para el retador como aquel que portaba el título de campeón de la horda. Así como para sus lacayos.

Habían pasado siglos desde que alguien se atrevió a desafiar al gran Ghazghkull Mag Uruk Thraka, y el último que lo hizo ahora no era ni siquiera polvo en el viento. Pero ahora, este extraño orko de pelo plateado se paraba ante él, desafiando su autoridad y su derecho a regir sobre cada piel verde de este universo.

Ghazghkull lo sabía. Lo supo tan pronto lo vió. Lo supo incluso antes de su llegada. El propio Morko le había advertido que su trono se tambaleaba ante la voluntad de Gorko. Todo este momento no era más que una capricho de sus dioses, una batalla imposible de evadir, donde se determinaría quien realmente sería el emisario de la destrucción. Aquel bañado en las bendiciones de los dioses supremos de la guerra y s nuevo heraldo.

El gran piel verde, el profeta de Armaggedon, era portador de una figura aterradora. Enorme y blindada hasta los dientes. En su mano izquierda mostraba con satisfacción una colosal mano metálica, culminadas en tres afiladas garras móviles y una contraparte que hacía de pulgar, aunque cualquier cosa que sujetarse estaba destinada a ser partida en pedazos. En su mano derecha portaba un arma tan exagerada como ridícula. Un sistema de ametralladoras de cuatro cañones, capaces de escupir cantidades absurdas de munición en cuestión de minutos. Y por si fuera poca cosa, todo su cuerpo estaba recubierto por un armazón de metal de unos veinte centímetros, tan grueso como el temido tanque Maus.

En cambio, el retador parecía no estar a la altura de este enfrentamiento. A pesar de haber tenido a su disposición todo el arsenal de la horda a su disposión, Kanan no optó por cargar ninguna pieda de blindaje más que la hombrera de templario negro que era parte de él mismo, aunque cada vez le quedaba más ajustada. No por mero acto de terquedad, sino porque su estilo de combate se basaba en la agilidad y no en la resistencia, cosa que se arrepintió de inmediato al ver a su oponente. En su mano derecha portaba una enorme hacha de guerra, tan grande como él mismo, pero con la fuerza suficiente para atravesar hasta diez centímetros de blindaje... Cosa que una vez más no era suficiente. Y por último, atada a su cintura, la espada Mark II que portaba desde los campos de batalla de Aten III.

Entonces... La poderosa voz del gran verde se alzó entre el silencio sepulcral de preludio del combate.

Ghazghkull: - Azí que... tu erez el otro favorito... Debo dezir que... Ezperaba que fueraz máz grande. Como el grandulón de allá. Eze zi pareze un buen kaudillo. - Decía mientras señalaba a Kurnet.

Kanan: - No es la primera vez que me dicen eso. -

Ghazghkull: - Ya veo... Igual ezpero mucho de alguien que ha zido elegido por lo diozez para retarme... Ezpero ke no me dezepzionez. -

Kanan: - Tranquilo... Eso no pasará. -

Hasta el propio Ghazghkull sonrió al ver la actitud desafiante del orko de pelo blanco. Kanan miraba a su oponente con una determinación que hacía tiempo no mostraba. Este era probablemente el momento que definiría su viaje y su cruzada.

Warhammer 40k Fanfición -La Venganza del RenacidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora