Todo por un capricho

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Narrador: Brack


Esperaba impaciente en la parte trasera de la mansión, en la oscuridad de los jardines que la rodeaban.

Junto a mí había 5 hombres más. No quería que las cosas se alargasen, aunque capaz era más divertido así. ¿Por qué no disfrutar del momento?

A lo lejos vi cómo se acercaban el hombre que había mandado antes y él. Ese desgraciado que me estaba quitando lo que era mío.

A los pocos segundos ambos llegaron a donde nosotros.

El hombre al que había mandado se situó detrás de mí junto con los otros 5.

Liam me miraba de manera sumisa. Se podía ver el miedo en sus ojos.

—¿Por qué querías verme? —preguntó en un estado de alerta.

—No sé, ¿a ti qué te parece? —contesté, cortante.

Su mirada bajó hacia el suelo.

—Si es por Bryn, te juro que no tengo ni el más mínimo interés en ella. Y ella en mí tampoco.

—Ese no es el problema, el problema es que me estás quitando algo que es mío.

Lentamente subió la mirada, haciendo contacto visual conmigo.

—No entiendo a qué te refieres...

—Ah, por eso no te preocupes, lo acabarás entendiendo ahora.

Me giré y miré directamente a los 6 hombres que tenía detrás de mí, con una mirada amenazante.

—Atadlo y tapadle la boca —les ordené.

Ellos ya venían preparados para la ocasión, con cuerdas y un grueso pañuelo para impedirle hablar.

Los 6 lo inmovilizaron rápidamente e hicieron lo que yo les pedí. Al final esto de ser el jefe no está tan mal, tengo gente para todo.

Lo ataron con las manos por detrás de la espalda, lo que me venía genial para hacer lo que yo quisiera.

Sí, hacer lo que yo quisiera sin que nadie me molestase, qué bien sonaba eso...

Me acerqué a él y me agaché a su lado, contemplando cómo se retorcía en el suelo como un gusano.

Estuve mirándolo durante unos segundos, por un momento hasta me pareció gracioso.

El hecho de estar atado en el suelo sin tener ninguna escapatoria hacía aumentar mis ganas de hacerle algo, de hacerle sufrir.

Después de un tiempo me digné a hablar.

—Has hecho que me enfade —dije, sin apartar mi fría mirada de él—. ¿Y sabes cuál es el castigo por hacer eso?

Me miró con desesperación, como si supiera exactamente lo que iba a salir de mi boca.

Una pequeña sonrisa se me formó en el rostro y le susurré:

—La muerte.

Me levanté y le metí una patada en el estómago con todas mis fuerzas.

Cegada por el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora