ɢʀɪꜱ ɪɪ

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El olor a oleo es ignominioso. Es ofensa pública no saber hacerte adicto a su aroma peculiar, ni hablar del acrílico que parece más una pasta curativa del alma que su propio labor de colorear. Un sábado, dos sábados e incluso creo poder llegar a contar el tercero en mi mano izquierda. Levi; si no es más que una ilusión anhelante y vehemente de mi aparato psíquico. Parece haberse compactado en el color gris de sus ojos, más de lo que ya me gustan. Tal vez lo pensé tanto que terminé con las manos muy manchadas — literalmente —, o es que alguna fotografía se lo tragó. Porque he esperado tantas noches, tantos sábados por verlo. Que creo haberme quedado ignota en mi puesto hace tiempo. Para no olvidar sus ojos pinto varios cuadros grises y le agrego ese azul triste que debes en cuando arropa sus orbes. Uno piensa que tratar de recordar en complicado, pero si supieran lo que conlleva olvidar es una rotunda tortura. Es difícil olvidar el agraciado rostro azabache, pero peor, saber que los pómulos crecientes de un rubio sigue ahuecado en el rincón de mi hastío. La puerta detrás de mí se abre.

— ¿Iremos por las compras navideñas? 

Su voz en mi espalda me hace sonreír. Realmente sabe sacarme de mis pensamientos. 

— ¿Ya te has puesto ropa? 

Volteo a verlo y dios, se ve ridículo. Viste un traje entero verde con formas navideñas, dos colitas altas con moñitos rojos y sus zapatos de pijama. Tiene tremendamente sudado su rostro, creo que aún no entiende que aquí no es invierno como en las películas navideñas. Si no qué, en vez de nieve, son bolas de fuego llenas de calor y humedad que caen del cielo. 

— Cariño, podrías desmayarte vistiendo así.

— No veo nada malo en eso. Siempre quise saber que se siente — Ruedo lo ojos y el golpea su pie contra el suelo ofendido — Vieja desgraciada. ¿No me veo bonito?.

— Cas. El lenguaje.

Con cuidado paso el protector nítido por encima del lienzo mientras escucho al cotorreo a mi lado. 

— Me gustan tus moños. ¿Dónde aprendiste a hacerlos? 

— Una novia mía me enseñó. 

— ¿Novia? — Lo miro de reojo y juega con sus manos. Se ve tierno cuando se sonroja, todo carmesí e inflando sus mejillas.

— Si, la cuarta.

— ¿No crees que te llevas muy rápido la vida por delante?

— No nací para ir lento. 

Termino de pintar y me cruzo de brazos frente a él. Cuando sabe que estoy molesta se sube a mi regazo y me abraza, tiemblo cuando lo quiero corresponder pero debo verme firme. Imponente. Que parezca que no muero por arroparlo en mis besos. Es cierto que me da gracia cada palabra que sale de sus labios, pero sé que debo poner límites. 

— Mañana quiero que termines con todas tus novias. 

— Pero soy muy bueno con ellas. Harás que se sientan mal — Junta su frente con la mía. Siento su sudor limpiando mi piel.

— Caspian. Tienes cinco años. 

— Prácticamente seis...

🍥

El supermercado es agobiante en fechas prosperas. Ha de admitir que no tuve el ingenio de comprar todo con anticipación, pero no me siento culpable al ver las largas filas dando a saber que la única idiota no era. Mi hijo megamente cómodo en el pequeño asiento del carro de compras; mientras yo voy calculando cada mínimo precio de todo para comprar lo suficiente y necesario. Subjetivamente prefiero enfocarme en el regalo del infante más que en la comida, ya que somos de estómagos pequeños. Y charlamos tanto que la comida es un plano muy secundario. Avanzo por los pasillos esquivando compras ajenas, mientras mi hijo simula un arma en sus manos y dispara a las cabezas de la gente que nos observa. Tomo una pequeña caja que contiene masa en polvo para hace galletas de jengibre; habíamos aprendido a no hacer caseras. Somos un desastre con la gastronomía dulce. 

𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐀𝐑𝐈𝐎𝐒 | ʟᴇᴠɪ ᴀᴄᴋᴇʀᴍᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora