ᴅᴏꜱ ᴘᴀʟᴀʙʀᴀꜱ ᴄɪɴᴄᴏ ʟᴇᴛʀᴀꜱ

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Levi Ackerman; estudiante universitario.

Somos recipientes repletos de defectos, de trazos lineales que muy juntos disimulan su abertura. Estamos plenos en el saber que no hay nadie que se salve de algún pecado, de un momento inaudito; ahora, el ser conscientes brindó a la humanidad el bochornoso talento de cubrir esos pequeños fragmentos deteriorados y solo dar a lucir, lo poco puro e incondicional que nos habita. Soy humano en mi más sentido pésame, creo estar moldeado de más impurezas que buenos sentidos; no poseo esa característica grata de sucumbir a enterrar mis deformidades humanas, yo dejo relucir mi lado poco empático por decirlo de manera suave, porque realmente no me importa el resto. En absolutamente nada. Soy demasiado honesto, algo que atributa a ser positivo, no obstante, la mentira vale más que la verdad en estos años. 

Mi cuerpo se pliega beatíficamente entre las sábanas lívidas de mi recamara. Trato de hacer memoria cuantas horas de sueño hay en mi cuerpo, y no avispo a decir más que dos. La canícula había comenzado su bienvenida hace una semana atrás, cada vez más alegre e intensa que el anterior año y por ello sé que por un tiempo no dormiré plácido mis ocho horas. No importa cuanto intente privar el calor de mi piel, las noches sudorosas y mal olientes me tenían el cabello azabache, teñido de un gris canoso. Me recompongo sobre mi mismo y tomo aire hasta que el corazón se sienta claustrofóbico en el feroz abrazo a de mis músculos a su alrededor. Llevo mi cuerpo hasta la ducha y la abro lo más frívola posible. Mientras refresco mi cuerpo hago una sutil lista mental de mi larga jornada monótona; la universidad ya ha acabado el mes pasado pero no me salva de ir a hacer alguna actividad extra escolar, esas típicas de verano qué a cambio de colaborar, te ofrecen el desayuno y almuerzo gratis. Para estudiantes como yo, que no muy a menudo se dan esos lujos es un trato justo. Además de ser actividades asequibles como limpiar un aula, ordenar el despacho del gimnasio, decorar las carteleras informativas, entre otras tantas que ayudan a mantener el lugar en una estética estable durante los meses en que nadie asiste regularmente. Hoy era día de jardín, tal vez lo más arduo de todo pero que igualmente seguía sin ser complejo. Me desquicio cuando siento golpes en consecutivo contra la pared de mi baño, han de ser los vecinos. Concluí en mi más lamentable situación de vivir en departamentos compartidos. Ante la insistencia de la situación, me enfado y prefiero salir del baño para evitar tener que seguir escuchando aquello. 

 — ¿Y esa cara de mierda? 

Mi tío Kenny bebe de su lata de cerveza mientras voltea a verme. Quién creerá que el legado Ackerman terminaría así, en un hombre mayor alcohólico con también algún que otro problema aparta y un joven huérfano de casi veinte años, que para poco sirve. 

— Los vecinos.

— ¿Aún no te acostumbras?

— No debería hacerlo. No tienen un mínimo de respeto — Bufo encarnando mis cejas. Realmente es tedioso y repulsivo. Me sirvo un poco de té.

— Cuando tengas pareja lo entenderás.

— No. No lo haré.

Tomo de mi taza y cuando él se para, yo me siento. Su presencia es asquerosa, porque no emana más que aroma a cerveza mezclado con orina y breves charlas que terminan por colmarme la paciencia. Y no lo odio, por desgracia. Al fin y al cabo es mi única familia, el único anormal que se atrevió a cuidarme cuando mamá murió a mis siete años. Pero no puedo evitar sentir ajenidad cuando lo veo cotidianamente en una muerte prematura de tantas sustancias que consume; sé que la vida nunca nos iluminó a nadie que fuese pariente nuestro, ni a nosotros. Pero tampoco parece que tomemos fuerzas para salir de este destino, es más, creo que nuestra tumba ya a sido hecha por nosotros dos, solo falta estirar la pata. Creo haber descubierto el talento Ackerman. Estar malditamente rotos y hacerlo obvio.

𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐀𝐑𝐈𝐎𝐒 | ʟᴇᴠɪ ᴀᴄᴋᴇʀᴍᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora