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Clove

Después de toda una vida entrenando para esto estaba confundida. ¿Tenía derecho a estarlo? Alomejor era solo algo de incertidumbre. Nunca me ha asustado lo nuevo pero esto me sobrepasa.

Cuando vi a Cato allí arriba... tenía que acompañarlo, no podía pasar por todo esto él solo, lo conozco, y a pesar de parecer duro e insensible Cato es el que más fácil se derrumba de los cuatro.

—¿¡Se puede saber que coño has hecho, Clove!? — grita Cato cabreado a la vez que entramos al tren que el capitolio había enviado exclusivamente para transportarnos durante dos o tres días a nosotros y a nuestro desconocido mentor.

—¿Pero y a ti que te pasa, que te ha bajado la regla o qué? —contesto restándole importancia mientras admiro lo grande y lujoso que es el jodido tren. Tenía tres habitaciones además de un vagón bar y el vagón principal que se usaría de salón.

—¿Por qué no te has podido quedar callada en tu sitio?

—Cato, no eres mi padre ¿Te enteras?. Pero hasta él está feliz con lo que he hecho.

—¿Y qué has hecho, Clove? ¿¡Arruinarte la vida!? Eso en el caso de que sobrevivas, claro.

—Soy la más capacitada para ganar los juegos.

—No lo niego, pero ¿Y si no? ¿Y si algo sale mal?

—No saldrá mal.

—Solo uno volverá. Si Marvel y Glimmer también se han presentado voluntarios, nuestro equipo se reducirá a uno en cuestión de días. Puede incluso que nos tengamos que matar entre nosotros.

—Pues lo haré, no me importa. Llevamos cerca de 15 malditos años preparándonos para esto y prometimos hacerlo juntos, ¿Se te había olvidado? —empiezo a gritar.

—¡Eramos niños! —grita él también.

—¡Tú no nos contaste que te pensabas presentar voluntario!

—¡Justamente para evitar esto! —expresa con rabia en su tono de voz. —Clove, no quiero que estés en peligro por mí...

—Cato, Catito, Cato. —me acerco a él y llevo mis manos al cuello de su chaqueta— No eres el centro del universo, alomejor no lo he hecho por tí.

—No mientas, sabes que sí. Y no sé bien si para protegerme o para matarme tú misma, de tí me espero todo.

—¿Y por qué haría yo eso? —digo alejándome indignada, metida en mi papel de chica que lo niega todo.

—Porque aunque no lo quieras admitir, sé que me quieres. Aunque sea solo un poco.

—Ya no sabes qué inventarte.

—¡Oh Clove, por dios! ¡Deja ya de mentir!

¿Cómo una pelea se había convertido en esto?

Rápido me lanzo sobre el cuello de Cato y junto nuestras bocas en un movimiento fugaz. Llevo mis manos a su nuca y él por fin reacciona y se deja llevar. Continúa el beso, que no es ni tímido ni suave. Coloca sus manos en mi espalda y la acaricia casi con brusquedad mientras la presiona y me atrae más hacia su cuerpo. Un beso tan apasionado como desesperado se va prolongando en el tiempo, nuestras lenguas probando algo nuevo con una amistad de la infancia.

A pesar de parecernos un momento eterno ni dura mucho más de 10 segundos, entonces decido que ya basta.

De pronto, rápidamente y sin dar previo aviso me separo de Cato, quien deja de hacer fuerza en mi espalda para dejarme ir.

Su cara se descolocada me deja clara su confusión.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —casi susurra.

—Si te quisiera, no me iría ¿No? No te dejaría con las ganas, querría seguir el beso y no acabarlo jamás... —empiezo a explicar con una sonrisa triunfante.

—Eres una cabrona —dice con una risa, dándose por vencido al entender mi plan.

—Lo soy. Y tú me quieres. Ahora, si me disculpas, me voy.

—¿Te vas porque me quieres o porque no quieres quererme? —ríe intentando recuperar su orgullo.

Antes de que pueda decir nada más, salgo con una gran sonrisa satisfecha del salón del tren y busco mi habitación.

Estaba la última de las tres puertas, era luminosa y moderna. No tenía muchos muebles, pero los que tenía eran de lujo. Paredes blancas, suelo gris. Había una gran ventana al fondo que coincidía con el final del tren. A través de ese cristal pasaban rápidamente los árboles que el tren dejaba atrás.

La cama era grande y cómoda. Una gran alfombra cubría gran parte del suelo. También había estanterías vacías y un pequeño escritorio con papel y tinta encima.

Me tiro en la cama y hundo la cara en las blancas y acolchadas sábanas, inhalando el olor a detergente.

Recuerdo entonces a mis padres, de los que no me dejaron despedirme, y en mis ojos empiezan a formarse lágrimas involuntarias.

Dicen que para ser un asesino primero tienes que matar tus sentimientos, pero aquí estoy yo, llorando en el vagón de un tren que me lleva al inicio de mi fin.



HISTORIA DEL DISTRITO 2 - Cato y CloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora