FINAL

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Mi horario laboral acababa a las 7, pero no pude evitar salir una hora antes con bastante nerviosismo e hiperactividad.

Conducía con música en la radio de fondo, dando toques con los dedos en el volante al ritmo de una melodía que ni siquiera me llegaba a gustar.

Ha estado delante de ti todo el tiempo, resonó en mi cabeza con las palabras de Frank mientras mi coche se acercaba a un pueblo alejado de la urbanización después de 30 minutos.

Sí que vive lejos.

El lazo rojo que Frank había decidido poner en mi cuello comenzaba a picar en mi piel y sabía que eso era producto de los nervios.

Solo esperaba que él no se diera cuenta de eso, pues entonces comenzaría a rascarme como un perro con pulgas y él ya tenía un cachorro.

Aparqué frente a una casa solitaria un poco alejada de las demás. Tenía un piso y por fuera estaba un poco descuidada, pero eso no me importaba, no estaba aquí para ver la casa sino a el chico propietario de esta.

Aunque el coche estaba parado ya, mis puños se abrían y se cerraban alrededor del volante, apretando y soltando para calmar los nervios mientras miraba si había algún indicio de movimiento por las ventanas.

Inhalé y exhalé aire repetidas veces mientras abría la puerta, me ponía la chaqueta y arreglaba el cuello de esta, cogía el maletín y cerraba el coche con la alarma.

Comencé a caminar hasta la puerta y pensé en leer el nombre de el chico en el buzón que tenía en la entrada, pero quería que siguiera siendo anónimo hasta el último momento.

No había creído a Frank cuando me dijo que era Guillermo porque él y yo ya nos confesamos gustarnos hacía unos días, ¿no? No creía que él fuera tan tímido para ser el chico de las notas.

Ya que había llegado hasta aquí, seguiría unos pocos minutos más sin saber su nombre.

La palabra masoquista hizo eco en mi mente y yo solo pude sonreír dándole la razón a mi conciencia.

Me paré frente a la puerta y levanté el puño derecho para tocar, pero me dio por mirar en esa misma dirección un poco más allá de mi mano.

Una moto. Una moto bastante grande que me resultaba demasiado familiar pero que ahora mismo no podía identificar ni pensar dónde o a quién se la había visto.

Los nervios se habían adueñado de mi cerebro, de mi corazón y de todo mi cuerpo, impidiéndome pensar o realizar una acción correctamente.

Me sentía un flan, mis piernas temblaban y pensaba que me podría caer en cualquier momento.

Me sentía un niño ilusionado por ver su tan esperado coche de juguete debajo del árbol el día de navidad.

Me sentía como un adolescente que va a casa de la chica que le gusta a pedirle una cita y tiene miedo de que salga su padre.

Sabía que él vivía solo y lo único que podía salir a recibirme sería su perrito y eso me quitaba un poco de presión sobre los hombros.

Opté por tocar el timbre una vez al mismo tiempo que mi respiración se hacía un poco más pesada y miré la hora en mi reloj, eran las siete menos cuarto de la tarde.

Había llegado quince minutos antes aunque él no me dio una hora específica, solo dijo que cuando saliera de trabajar y eso era lo que había hecho: salí de trabajar, antes de lo normal pero salí, y venir.

Volví a tocar el timbre, pensando que quizá no me había oído la primera vez, pero si no salía ahora era porque quizá sí que se había arrepentido y no quería darse a conocer.

Entre notas y caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora