Capítulo 4

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Rosemary había salido corriendo diez minutos antes del final de la clase, porque debía avanzar en un ensayo de literatura. Aiden se quedó solo, abandonado y triste, hubiese hecho más drama de no ser porque por el rabillo del ojo, podía encontrarse con Cherrie viéndole. Aiden prefería quedarse ignorante, la líder de las porristas le daba miedo, porque una mirada suya podría juzgarle hasta el alma.

La ignorancia era una bendición según su pensamiento.

En cuanto Bea, la agradable instructora, les aplaudió con esa efusividad suya con la que hacía cada movimiento de su cuerpo, por completar la rutina, Aiden se deslizó a atrapar su sudadera, su botella de agua y se colgó la toalla húmeda en el hombro. Él no estaba acostumbrado a una rutina tan agotadora, así que batallaba contra sus debilidades físicas. Las piernas le temblaban y varias veces se sostuvo de una columna para agarrar aire, evitando un par de reflejos de vómito.

Acabó derrumbado en una banqueta afuera del establecimiento, recostando su cabeza contra una de las paredes de la máquina expendedora, esperanzado en que la sensación de abatimiento, se iría mágicamente por los soplidos del aire de esa fría noche de otoño. Lo único que el viento le llevó, fueron un par de hojas, las que quedaron atrapadas entre los mechones castaños de su cabello.

Jugó con la botella entre sus piernas, empujándola de lado a lado, dándole tiempo a su cuerpo de recuperarse. Sacó un par de monedas, agradeciendo la utilidad de tener cierres en cada bolsillo y compró una barrita energética, guiándose por las recomendaciones de Rose, quien era amante de esos suplementos dietéticos.

No acabaron gustándole, igual no iba a derrochar el dinero, solo le quedó masticar y fingir un rico sabor.

Las luces del interior, golpeando su espalda e iluminando el camino en medio de esa oscuridad, le impidieron apreciar la belleza de las estrellas, las pocas de ver, se miraban opacas, como si alguien les hubiese bajado el brillo. Una que otra le hizo encogerse, permitiendo estremecerse, su vitalidad empezó a regresar. Se levantó, entorpeciendo la pasada a uno de los clientes del gimnasio.

Avergonzado de su poca destreza, se giró esbozando una sonrisa, esperando no haber fastidiado a ningún idiota rudo que se sulfuraba por cualquier nimiedad.

— Lo siento, ami... — encontrarse con aquel par de orbes verdes le enmudeció un segundo, toda su actuación de pena se esfumó. A veces no comprendía si tenía buena o mala suerte, probablemente nunca lo descubriría — ¡¿Nate?!, ¿qué haces aquí? —

— Hornear pasteles, ¿no es obvio? — Rodó los ojos pasando al lado del chico, mientras se deshacía del vendaje en sus manos. Desde su punto de vista, el encuentro había culminado, no tenía interés ni motivos para intercambiar palabras con Aiden, sin embargo, éste aún le seguía — ¿Se te ofrece algo? —

Aiden no se sentía tonto por haber fracasado al cuestionarle semejante bobería, era claro al verlo con la ropa deportiva pegada a su figura por el sudor. En realidad, no tenía tiempo para avergonzarse por culpa de su inquietud en otro asunto — Sí. Quiero dejar en claro que no soy un acosador —

— ¿De verdad? — Nathan no se giró a verlo, estaba ocupado siguiendo el camino iluminado por los faroles — Porque lo pareces. No me sorprendería verte inscrito mañana en baloncesto — Tras arrojar su pesado bolso en los asientos traseros, escuchó los pasos detenerse.

— Rosemary me invitó a venir a clases de zumba, juro que no tenía idea — se explicó haciendo un par de mímicas con una de sus manos, pues con la otra sostenía la barrita — ¿Casualidades del mundo?, ¿culpa al destino? Podemos ponerle cualquier excusa, pero yo no sabía —

— ¿Y esa tal Rosemary... — preguntó de brazos cruzados, apoyado sobre su auto, fingiendo buscar a una persona que claramente no estaba con ellos — dónde está?, ¿es invisible por "casualidades del destino"? —

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