Capítulo 31

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Las sábanas revueltas como si un remolino las hubiese deshecho en su abrigo, la tela apenas cubría sus piernas, dejando gran parte de su cuerpo desahuciado. El lado vacío a su lado yacía helado, su acompañante había escapado furtivamente en medio de la mañana, dejando un revoltijo en su huida. Nathan se incorporó en su cama, inspeccionando la estancia mientras se desperezaba, aprovechando las cortinas sujetas por dos lazos, permitiéndole al sol entrar a través del vidrio.

Atontado por las secuelas del sueño, suspiró al encontrar un par diferentes de sandalias al costado de la cama. Recogió la almohada en la alfombra a medio camino, la arrojó sobre las demás, antes de marcharse buscando a su escurridizo inquilino.

El aroma en la cocina, el resonar de las ollas y la cantarina voz de Aiden junto a la de su madre le hizo detenerse con los brazos cruzados contra el marco de la puerta, admirando en silencio al par ignorantes de su presencia.

— En el futuro serás un gran esposo, hijo — La mujer alababa la comida del chiquillo, quien había insistido en prepararla apenas se cruzaron en el salón aquella mañana.

— ¿Lo cree? Mi marido será un hombre afortunado — musitando con aires altivos, zarandeó la espátula de lado a lado, su voz resonaba con gran orgullo — Planeo pulir mis habilidades culinarias. Ya sabe lo que dicen, ganarse el amor a través del estómago — inclinándose, se aseguró de ajustar la llamarada — Quizá capture un pez gordo —

Emma Hicks solo llegó a reír por la ocurrencia del fanfarrón jovenzuelo, la conversación fluía por sí sola, sin necesidad de pausas incómodas entre ambos — Hablando de peces...— El resonar del tenedor se detuvo contra el plato tras trazar el panqueque lleno de miel — Tú eres un buen amigo de Nathaniel, ¿sabes si mi muchacho está viéndose con alguien? —

Aiden se aseguró de darle vuelta al panqueque, ganándose un par de segundos de meditación — Sí, está interesado en una chica — asintió mientras se limpiaba las manos en el delantal — Una muy bella, pelirroja, ojos verdes, muy inteligente — murmuró tras inclinarse sobre el desayunador, usando su mano alrededor de su boca — está en el consejo estudiantil y con las porristas. Un pez gordo —

Ni el sabor dulce de la miel le robó el amargo en su boca — ¿Estás seguro? ¿No hay nada entre ustedes dos? —

— ¿Nathan y yo? ¿Cómo cree? — Aiden soltó una carcajada. Negó repetidamente con frenéticos movimientos de cabeza, asegurando distancia entre ellos — A mí me rechazó, estoy fuera del partido desde el primer tiempo. Ya no juego... — No tardó en ser consciente de su presencia — ¡Nate! Flor de la mañana, buenos días — saludó desbordando de una energía que a su amigo le provocó envidia.

La sonrisa de Emma se transformó en una expresión de preocupación — Cariño, ¿qué le pasó a tu rostro? — Abandonó el plato, acercándose en un par de zancadas hacia su hijo. Su retoño era lo suficientemente alto para superarle por dos cabezas. Acunó entre sus manos el par de mejillas del chico, inspeccionando atónita sus heridas — ¿Volviste a meterte en una pelea? —

Los orbes de Nathan buscaron a Aiden, quien solo alzó su pulgar y le guiñó el ojo, antes de seguir cortando un par de frutas en cuadritos, fingiendo no ser parte de la conversación. Siempre iba en contra a sus necesidades, ahora que requería de su entrometimiento, se hacía el tonto desinteresado.

— Retome el boxeo, mamá — explicó sin darle mil vueltas al tema. Con cuidado, apartó las manos de su progenitora de su rostro — No significa que le perdoné, simplemente... decidí no seguirme sacrificando por sus errores y mis rencores —

Emma, quien estuvo conteniendo el aire, respiró dolorosamente tras afrontar la noticia — ¿Por qué no me dijiste? Yo... pude ir a verte, apoyarte —

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