Capítulo 20

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— ¿No deberías despertarlo? — La femenina voz sonó igual de dulce que el pastel en su boca, dándole una paz a su agotado cuerpo. Se le notaba cansada, y pese a ello, sonreía cariñosamente para sus dos glotones hijos. Bett Zahner tenía la mirada más cálida que el propio sol, limpiando tus inseguridades, calmando tus miedos.

— Debería — dijo, relamiendo el glaseado de sus labios, mirando hacia su taza vacía, escapando de su madre — debería, pero podría ser mucho para mi corazón —

— ¡Es el chico que le gusta! — Roy se burló zarandeando su pedazo, manchando el desayunador con un par de migajas, regodeándose al molestar al mayor — Actúa como tonto delante de él —

— ¿De verdad? — Bett se llevó la mano a la mejilla, fingiendo sorpresa — No podemos culparlo, el amor nos pone tontos — rió despacio, mientras limpiaba delicadamente las mejillas de Roy con una toalla de papel — Incluso yo lo fui delante de su padre —

— Mamá, no mientas. Papá es el que hace el ridículo para impresionarte — Aiden le acusó al señalarla con su último pedazo de postre antes de comérselo y rebatir con la boca llena — le he escuchado tartamudear cuando le coqueteas — se tiró del banquillo, siendo detenido por la mujer, quien le quitó una migaja de torta del cachete.

— No puedes culparme, es lindo verlo nervioso — la curvatura de sus labios no abandonó su rostro, incluso ante la mirada acusadora de Aiden — Ahora deja de usarme de excusa y ve a despertar al chico, quiero conocerlo —

— No me ayudas a no ponerme nervioso — quejándose entre dientes, giró sobre sus talones, abandonando con prisa la cocina, corriendo lejos del par diabólico en la cocina.

¿Quién imaginaría que sus padres volverían temprano aquel sábado? Tampoco tenía motivos de los cuales avergonzarse, solo le prestó su cama a un amigo cansado. Aun así, la inquietud no se aplacaba porque sus progenitores sabían de su enamoramiento por el chico dormido en su habitación. Después del trabajo, su padre terminó desmayado del cansancio, sentado en la tapa del váter, incapaz de llegar a la cama, y su madre, la más peligrosa de los dos, insistió en mantenerse despierta para alimentar su curiosidad.

Sin aliento, su mano quedó en el aire, casi a unos centímetros de golpear la madera con sus nudillos. Un profundo suspiro brotó entre sus labios, antes de apretarlos en una expresión del sinsentido de su corazón alborotado, ansioso y enfermo de amor. Las bisagras parecieron chillar, traicionándole en su intento de parecer sereno.

Nathaniel, envuelto en su cobija, descansaba sobre su colchón, provocando que Aiden rehuyera una y mil veces la mirada, tímidamente avanzando en su propia habitación, deteniendo cada paso, como si la pelusa de su alfombra le sostuviera fuerte, impidiéndole avanzar, alargando el momento hasta el último segundo. Arrodillado al lado de la cama, se permitió observar.

Su respiración era profunda, calmada, dando la sensación de un ronquido suave, casi imperceptible de no ser por la cercanía. Ni dormido parecía un ángel, Aiden se sintió tentado de remover con sus dedos los mechones que caían por su frente, solo el miedo pudo detener el impulso de acariciarle.

Admiró el rojo de sus labios cerrados, envidió la curvatura de sus pestañas y tembló cuando su cálida respiración rozó sus dedos al acercarse a mover su hombro. Se aguantó la impresión, truncando su garganta, llenándole de culpa por apreciar con tanto afán a una inofensiva persona inconsciente.

— Nathaniel — susurró, inseguro de haber solo pensando en su nombre, mientras acariciaba su brazo con cuidado de no ser brusco — es hora de despertar —

El par de ojos, somnolientos y fijos sobre él, le aturdieron un instante, haciéndole retraer su mano hacia su cuerpo. Derrumbado, Aiden apoyó su mejilla sobre el borde de su cama, dejando que sus energías se fuesen.

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