Otoño: Parte 2

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Fue en el otoño de 1989 cuando Hakuji describió, lo que según él, era una obra de arte ante sus ojos.

Pasando alrededor de dos largos días y tres duras noches, luego de que su profesora los obligara a realizar de tarea, una investigación acerca de cómo ellos podrían conside­rarse un artista. Planteándose la idea de lo que en realidad podría significar una obra de arte, cuando en realidad nunca había visto una antes, hasta que a su madre se le ocurrió llevarlo a un museo que estaba de pasada por la ciudad mostrando algunas esculturas y pinturas que famosos artistas de hace años habían creado.

Los colores que recorrían las figuras estéticas que todos los espectadores contem­plaban casi como una pieza de oro que hipnotizaba a todo aquel que la presenciara. El pelinegro no entendía cómo la gente hablaba tan fácilmente de sus gustos y admiración por simples pinturas, cuadros, arquitectura o esculturas hechas a mano, él no estaba tan loco para dedicarse a investigar sobre cada uno de ellos.

Sin embargo no lo entendía, le fue enormemente difícil comprender cuál era el objeto que admiraba y amaba como para plasmarlo en una hoja.

En el otoño de 1989 Hakuji pidió un deseo al cielo: "Por favor, desearía encontrar la obra de arte perfecta en mi vida".

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Octubre recién comenzaba, y la profesora de artes plásticas decidió que el proyecto que definiría la calificación final de ese bimestre, sería describir en una hoja de papel algo que a los alumnos les gustase mucho observar

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Octubre recién comenzaba, y la profesora de artes plásticas decidió que el proyecto que definiría la calificación final de ese bimestre, sería describir en una hoja de papel algo que a los alumnos les gustase mucho observar. Algo que ella definió como una obra de arte que a los ojos de los niños elogiaran con las palabras "admiración" y "amor".

—Buag —dijo Gyutaro luego de que salieran del salón de clases—. Apesta, ese tonto proyecto apesta —se dirigieron al patio para merendar los almuerzos que les había enviado la mamá del peliverde.

En ocasiones los tres niños se ponían de acuerdo en que un día la madre de alguno preparara el desayuno para todos y así se iban turnando por semanas. Aunque a todos les gustaba mucho cuando se trataba de la comida que cocinaba la mamá de Gyutaro, sin duda alguna la señora tenía un gran toque con los alimentos. Todo lo contrario a la señora Nakime.

—A mí me parece una buena idea —sugirió Enmu un poco curioso. A decir verdad, le extrañaba que Gyutaro se expresara de esa manera, pues él era el primero en emocio­narse cuando se trataban de los proyectos de esa materia. Gyutaro adoraba dibujar o pintar cualquier objeto.

—No lo creo, es... demasiado trabajo. No hay algo que me guste lo suficiente como para describirlo en una simple hoja. Para mí, debería ser mostrado en un cuadro o alguna pintura doméstica —el peliverde se expresaba con lentitud, pero al mismo tiempo tratando de enfatizar su acento parecido al de un intento de poeta.

𝟏𝟗𝟖𝟗; 𝐇𝐚𝐤𝐮𝐣𝐢 𝐱 𝐊𝐲𝐨𝐣𝐮𝐫𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora