13. Nakamura.La familia Nakamura. Oh, la bonita familia Nakamura. Una familia tan unida y preciosa con un padre, un japonés de familia militar que durante sus años de juventud había sido bastante famoso, con alto rango, pero todo había caído tras una herida en su pierna y la edad, haciéndolo casi completamente desechable para el gobierno japonés. Estaba la madre, joven por un par de años, una americana con sed de conocer lo desconocido y dominar lo indomable, presa de la buena fama que las personas le daban a un país más pequeño que Estados Unidos y quizá un poco más conservador.
Y por último, la pequeña hija, una bonita creación de ambos, creciendo con ambos idiomas de por medio, siendo una buena estudiante y aprendiendo de todos y cada uno de los consejos que su madre le estaba enseñando.
Cuando Dai Nakamura cumplió los 17 años, siendo menor por meses que Hannah, su madre le dio esa noticia que probablemente nunca olvidaría; estaba embarazada.
Y tal vez no estaba feliz por eso, tal vez le agobiaba la idea de dejar de ser el centro de atención de sus padres, pero ambos necesitaban estabilidad, necesitaban una última oportunidad de poder tener a un varón que criarían para seguir el camino de su padre, lograr más que él y tener muchísima más fama en el país. Ser un ejemplo, justo como su familia.
La llegada de un color cálido a la paleta de colores fríos a muy pocos les gustaba, puesto que la combinación era completamente absurda, quizá horrible, siendo el cálido lo contrario al frío.
Eso explicaría demasiado él por qué tanta negación a querer a una pelirroja en la familia de unos pelinegros, una americana en casa de japoneses. Eran cosas distintas, que generalmente chocaban.
¿Entonces eran los malos tratos justificados? Quizá sí, quizá era una reacción normal, de humanos, el ignorar la mayor parte del tiempo a la chica.
Como cuando tratas de olvidar un problema, no le haces caso de ninguna manera, con la pequeña chispa de esperanza de que ese problema que tanto te come la cabeza desapareciera.
Hannah sabía lo que era. Lo supo desde que llegó y percibió las sonrisas falsas, lo supo cuando su tía no se molestaba en mostrar favoritismo a su hija. Era su hija, ¿quién podía culparla en realidad?
Pero aún así, cada mal trato que la joven recibía, siendo minimizado incluso por ella misma, le ardía internamente en la boca del estómago y le producía náuseas.
A Hannah no le gustaban las malas sensaciones, no le gustaba él sentirse triste o decepcionada de la actitud tan diferente a la que había mostrado su tía cuando por primera vez habló con su padre (hermano de ella) y concordando que la pelirroja no sería un estorbo en su hogar.
Había sido una mentira, aparentemente.
El viaje y su estadía en Japón había sido algo... desgastante mentalmente. Por lo que trataba de no pensar en cosas como esas, aunque a veces terminaba hundiéndose en la negatividad de su mente y se sentía aún peor.
A Hannah le gustaban muchas cosas, pero probablemente tres destacaban en su personalidad; le gustaba el chocolate caliente, los atardeceres y cocinar. Le gustaba mantener su mente activa, moverse con el cuerpo.
Así que, mientras tenía ese tipo de pensamientos en la cabeza, trataba de distraerse haciendo cosas que le gustaban, como pasar tiempo con sus amigos o tener compañía amena cada que podía.
Pero la soledad no era mala, no le disgustaba, o al menos intentaba cambiar su opinión sobre la gente solitaria, tratando de disfrutar el tiempo consigo misma. No buscaba depender mucho de los demás de manera emocional.
Así que, se colocó ese mantel color blanco perdido en la esquina de la cocina en la casa en la que vivía, fue al supermercado más cercano en el que compró los ingredientes con el dinero que semanalmente enviaban sus padres y se puso manos a la obra, en busca de hornear galletas de mantequilla.
Preparó la masa que había obtenido del apartado de postres con el azúcar que casi le había costado un ojo de la cara y se dispuso a amasar, tarareando algunas de sus canciones favoritas en voz baja, buscando no pensar mucho.
—¡Oye, Hannah! ¡Hannah!—. Arrugó las cejas al escuchar el llamado de su prima, observando la masa casi lista.
Soltó un bufido, pasando sus manos por la tela que protegía su ropa de cualquier mancha. —¿Qué pasa?—. Trató de alzar la voz sin escucharse molesta, no quería malentendidos.
—¡Ven aquí!—. Maldijo en voz baja, lavando sus manos para quitarse el mandil e ir a su llamado.
Sintió enojo ante la interrupción de su momento.
Llegó a la habitación en la que la muchacha pintaba sus uñas de los pies en un color blanco, notando como parecía soplar suavemente para que se secara.
—¿Qué pasa?—. Se cruzó de brazos.
Observó los ojos castaños de la muchacha, viéndole fijamente, esperando una respuesta que llegó algo tarde. —¿Quieres un vestido?—. Arrugó las cejas ante la pregunta tan repentina.
—¿Qué?—. Cuestionó, sin entenderle.
—Un vestido—. Dijo con obviedad, notando como se levantaba para luego abrir uno de sus closets, porque sí, la muchacha tenía dos closets, uno en su habitación y otro en la habitación de la pelirroja, debido a eso aún tenía su ropa en su maleta.
—¿Un vestido?—. Ella volvió a asentir, sacando del lugar esa tela roja que alguna vez le habían obsequiado y por error se había perdido de sus manos.
—Te lo intercambio por la blusa rosa Gucci—. Hannah lo pensó por un momento.
Su familia en Detroit era adinerada, puesto que su padre era empresario y su madre trabajaba como editora en una revista famosa del país. Por lo qué los bolsos, la ropa de marca y todo aquello no era una sorpresa cuando se obsequiaba en sus cumpleaños, porque por supuesto que sus padres trataban de enseñarle a evitar el malgastar solo porque si, así que de alguna manera trataban de hacerle tener una vida no muy lujosa.
Y luego una pregunta llegó a su mente, llena de sorpresa. —¿Cómo sabes que tengo una blusa Gucci? Nunca la he usado—. Hubo un silencio incómodo, en el que la chica rodó los ojos.
—¿Quieres el vestido o no?—. Hannah extendió una de sus manos, para luego tocar la tela preciosa que tenía, tragando en seco.
Bueno... sus padres le habían enseñado a enfocarse en los sentimientos y no en el dinero.
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Atte: R. A.
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Hannah.| Tokio Drift.| Han Lue.
أدب الهواةHannah Roux ha llegado a Japón con un solo objetivo: terminar sus estudios de Preparatoria en Tokio. Sin embargo, los tratos de su familia, la mafia japonesa entrando a su vida, su amiga, la velocidad y cierto hombre unos años mayor que ella harán q...