15. Kibō.

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15. Kibō.


























Hannah ignoraba los llamados del muchacho para cuando comenzó a caminar sin tener ni la menor idea de en donde estaba. Tenía la intención de buscar una parada de trenes, y ubicarse en el pequeño mapa que tenía cada estación para no lucir tan perdida.

Sentía ganas de llorar, bastante decepcionada y herida. Solía doler cuando alguien era directo y te decía la verdad, aparentemente. Así que trató de tragarse sus sentimientos, observando el reloj que llevaba y notando que no eran ni las 8, por lo que se sintió sutilmente aliviada de que aún fuese temprano.

Algo bueno tenia que salir de ahí.

Trató de ignorar el auto color azul con naranja que iba a su lado, con el conductor bastante insistente que la había alcanzado muy rápido.

—Déjame llevarte a casa—. Lo escuchó casi que suplicar.

—Tengo pies para caminar, gracias—.

—Hannah, vamos, necesito explicártelo, sabes qué lo que dijo D. K. no es real—. Ella le dió una mirada a él.

—No tienes nada que explicarme, no hay nada que aclarar. No somos pareja, no somos novios, solo somos... conocidos que dudó mucho que puedan llegar a ser amigos. Así que olvidemos todo y sigamos con nuestras vidas, como antes—.  Cada palabra que salió de su boca fue como una bala disparando en distintas direcciones, probablemente hiriéndose a ella también.

—No es eso lo que quiero yo, no es eso lo que quieres tú, no es lo que queremos—. Sintió sus ojos cristalizados, por lo qué pasó una de sus manos por estos tratando de evitar llorar.

—Solo aléjate de mí—. Rogó en un murmullo, puesto que la garganta se sentía cerrada por completo.

—Hannah... déjame explicártelo. No quiero que vayas sola, es peligroso—. Susurró él, y la muchacha alzó una ceja.

—¿No eres tú quien tiene relaciones directas con la Yakuza?—. Sorbió su nariz, sin dejar de caminar.

—Hannah, en verdad que necesito que entres al auto o bajaré yo mismo y te subiré—.

—Eso sería secuestro—. Susurró la muchacha.

—No será el peor crimen que he cometido—. Advirtió el muchacho, y la muchacha le dió una mirada, esperando que estuviese bromeando de alguna manera.

Chasqueó la lengua, antes de negar.

—¿Por qué eres tan obstinada? No hay estaciones cerca, así que sube al auto, por favor—. Casi rogó en voz alta una última vez, en la que la muchacha terminó por aceptar, tragando en seco y notando el alivio en el joven en su rostro.

Entró al Silva, cruzada de brazos y notando como Han parecía bastante interesado en respetar los límites de velocidad, cosa que nunca hacía.

—Sabes que D. K. mentía—. Le susurró él, buscando comenzar a explicarle de alguna manera, tratando de no hacerla sentir tan mal.

—¿Qué importa? No soy nadie para saber eso—. Fingió no estar interesada, lo escuchó suspirar.

—Hannah—. Decretó él, quien parecía bastante cansado de su carácter. —Desde que te vi, no he tenido el interés de ver a otra mujer, ¿no lo entiendes? Porque puedo decirlo en japonés, puedo decirlo en coreano y puedo decirlo en español, tú solo dime en qué idioma entiendes mejor—. La pelirroja arrugó la nariz.

—No hagas eso, no me hagas sentir como si fuera la última persona en el mundo—.

—Es que eso eres para mí—.

—¿No te gustan las japonesas o que?—.

—No me gusta nadie más que tú—.

—¿Y por qué no te creo?—.

—Créeme cuando te digo que soy el más interesado en eso—.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres que yo tenga el título mientras por las noches cualquier mujer te puede obtener? No soy Neela, no estoy dispuesta a aceptar ese tipo de cosas—.

—Joder, ¿quién está diciendo que tienes que aceptar eso? Entiéndelo, no soy así—.

La pelirroja se giró a él, bastante alterada, observándolo. —Entonces mírame a los ojos y dime que seré la única mientras esté contigo—. El de ojos rasgados observó aquellos ojos verdes con determinación.

—Serás la única, siempre, Hannah. ¿Qué más necesitas? ¿Un maldito detector de mentiras? Porque puedo obtenerlo—. La pelirroja no respondió, se mantuvo en silencio, regresando a su asiento y reflexionando en silencio.

Todo el camino fue así.

Porque a Hannah se la estaban comiendo viva las inseguridades.


























Y para cuando llegó a su hogar, tras agradecer en un susurro al muchacho, salió del auto y no tardó en entrar a la casa en donde su tía ya se encontraba ahí, mostrándole alegre a su esposo una imagen que parecía un ultrasonido.

Hannah no durmió.

Y Han tampoco.































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Atte: R. A.

Hannah.| Tokio Drift.| Han Lue.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora