27. Mr. Superior.

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27. Mr. Superior.






































La muchacha de cabello rubio se posicionó al frente de la estancia en la que podía tomar la comida que sería su almuerzo durante aquel primer día. Los japoneses parecían desesperados mientras trataban de tomar lo que podían ante el nivel exagerado de gente que había ahí. Chasqueó la lengua al notar que detrás de ella se encontraba ese muchacho bastante perdido, con una mueca ante los platillos.

—Prueba esto, tal vez te guste—. Le sugirió señalando uno de los platitos de porcelana, y él simplemente lo tomó para dejarlo en la bandeja.

—¿Se supone que tengo que agradecerte por lo de hace rato?—. Preguntó él, con el mismo rostro de malhumorado.

—Sería interesante ver un agradecimiento tuyo—. Se mofó un poco la chica.

—¿Gracias?—. Lo vió intentarlo y ella soltó una risita divertida, negando mientras avanzaba por la fila. Lo vió reír sutilmente también.

—No te preocupes, señor superior—. Decretó la joven, antes de salir de la fila, escuchándolo seguirla con confusión.

—¿Señor superior? ¿En serio?—. Le preguntó el de su país.

—Sí, tienes el ego del tamaño de Texas, así que te crees superior a todos. ¿Pero adivina qué? Eres simplemente lo mismo que todos aquí—. Ella se giró a él, quien se encogió de hombros.

—Es una buena observación—. Halagó él.

—Gracias—. Fingió hacer una reverencia con burla. Dudó por un momento, antes de aclarar su garganta. —Mi nombre es Hannah—.

—Soy Sean—. Se presentó él, por primera vez siento agradable desde que la muchacha lo había conocido.

—Bueno, Sean. Bienvenido a Tokio—. Se burló la rubia antes de alejarse de él, tratando de buscar a alguno de sus amigos entre tanta gente.
























Notó a unos metros a Reiko y Earl, quienes discutían -sorprendentemente- mientras comían de sus bandejas

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Notó a unos metros a Reiko y Earl, quienes discutían -sorprendentemente- mientras comían de sus bandejas. La muchacha dudó un poco, sin embargo terminó por sentarse, escuchando la mitad de las palabras que la de cabello castaño oscuro le decía al pelinegro casi con enojo.

La japonesa tenía una personalidad algo... explosiva.

Eres un idiota. ¿Qué chica te querrá realmente? Ni siquiera tú madre te soporta—. Decretó al joven, que rodó los ojos.

Las modelos de anoche no decían lo mismo. ¿Qué puedes decir tú? ¿Con quien estabas anoche?—. Lo escuchó burlarse de la muchacha, que infló las mejillas como niña pequeña antes de responderle.

¡Con tu padre, maldito tarado!—. La estadounidense abrió los ojos ante aquella declaración, tomando asiento a lado de ella con algo de sorpresa.

—De acuerdo, ¿es mal momento para decir buenos días?—. Cuestionó directamente a los muchachos, notando el alivio en el rostro de la mujer a la vez que el hombre rodaba los ojos casi con fastidio.

¡Hannah! Llegaste justo a tiempo, este idiota quiere a la castaña de allá—. Le señaló a una muchacha delgada con cabello largo y sonrisa brillante que reía junto a sus demás amigas.

—Ten más cuidado con tus palabras, no soy Twinkie para que me ofendas así—. Le advirtió Earl de mala gana, antes de comenzar a masticar sus fideos.

—¿Irás a pedir su número o algo así?—. Cuestionó la rubia, ladeando el rostro sin entender el problema. Su compañera de a lado se echó a reír casi como una maniática, sorprendiendo un poco a la joven.

¿Él? Es un cobarde, solo se come las sobras que D. K. le da—. Lo culpó, por lo que él nombrado suavemente tiñó sus orejas de un rojo avergonzado.

—Cállate, Reiko—. Maldijo él. —Voy a hacerlo—. Decidió él con seguridad.

¿Y si te avergüenza públicamente?—. Supuso Reiko la idea, sonriendo con maldad.

—Muy bien, eso suena bastante extremista—. La detuvo Hannah. —Pero a mí me gusta apostar, apostemos—. Se giró al pelinegro, que arqueó una ceja con interés.

—¿Apostar?—. Repitió él.

Si ella te rechaza, harás lo que yo te diga. Tengo algo planeado, será asombroso—. Le guiñó un ojo a su amiga castaña, quien no borró su sonrisa.

—¿Y qué tal si me acepta?—. Cuestionó él. —¿Qué gano yo?—. Ella alzó sus brazos.

—Estoy abierta a sugerencias—. El muchacho sonrió de lado, parecía imaginar la más perversa idea en su mente.

—De acuerdo—. Coincidió él, bastante decidido.

Y la joven alzó una de sus manos, que fue estrechada con seguridad por la otra parte antes de que se levantara rápidamente, acomodando su cabello y acercándose a la muchacha.

Notó la burla en Reiko. —No lo va a lograr—. Aseguró ella sin siquiera titubear.

—¿Cómo estás tan segura?—. Colocó la posibilidad en la mesa, pero la muchacha de cabello castaño le dio una mirada casi obvia.

























La muchacha saltó al suelo, limpiando sus pantalones mientras oía las risas de Reiko y podía escuchar suspirar a la víctima de aquella travesura tan inocente de ambas jóvenes.

—Yo conduzco—. Le informó, por lo que ella le lanzó las llaves del Volkswagen Golf R32 color plateado que pertenecía a la chica de flequillo.

—Oigan... ¿de verdad van a hacer esto?—. Les preguntó el muchacho atado al techo del auto, que observaba el techo del estacionamiento con varios niveles.

—Sí—. Dijeron ambas al mismo tiempo, escuchándolo jadear.

—Vamos, esto suena peligroso de muchas formas—. Trató de convencerlas.

—Tu aceptaste—. Le recordó la rubia, abriendo la puerta.

—¡Yo no sabía que era esto lo que querías hacer!—. Chilló él con suficiente temor como para negarse a tranquilizarse.

¡Llórale a tu madre, Earl! He esperado este momento desde que te conozco—. Bufó la japonesa entrando al auto del lado del copiloto para luego azotar la puerta.

—Es como estar en un juego mecánico—. Trató de calmarlo Hannah, antes de entrar por el lado del piloto, encendiendo el auto.

Sabes conducir, ¿verdad?—. La muchacha encendió el motor, dándole una sonrisa de lado a la castaña.

—Por supuesto que no—. Dijo con obviedad, causando que la sonrisa de Reiko se borrara, antes de que la rubia acelerara de manera violenta, perdiéndose en la oscuridad del estacionamiento.

Lo único que se escuchaba era el rechinar de las llantas y los gritos del único muchacho.

—¡Váyanse a la mierda!—. Expresó Earl con coraje, sintiendo que se mareaba ante tanta violencia que no parecía agradable para ninguno de los tres.






















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Atte: R. A.

Hannah.| Tokio Drift.| Han Lue.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora