Capítulo 16

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FRANCIA

Chiara estaba frente a mí, subida a una pequeña tarima, con su fabuloso vestido blanco.

La modista, An Li Tolé, una señora pelirroja de unos 60 años, con tez extremadamente blanca, delicadas arrugas en el contorno de sus ojos y, una voz suave, gastada, que, por momentos, daba la sensación de que le costaba hablar; hizo un retoque por allá y por acá, colocó uno, dos, tres alfileres en la tela.

Ambas, mi amiga y la experta, señalaban un par de detallitos que faltaban para que el vestido fuera perfecto.

Por mi parte, lo veía espectacular desde el momento en que Chiara se lo había probado. Pero mi mirada estaba desafilada para esos pormenores.

Me limité a sonreír mientras observaba a mi amiga feliz, había venido para acompañarla.

No podía negar que la visión se me había entorpecido de lágrimas cuando ella giró dos veces delante de mí y la cola del vestido acompañó sus movimientos con elegancia.

Finalmente, Chiari volteó en mi dirección. El gran espejo en el que se había estado observando, reflejaba su espalda descubierta y parte de la cola blanca y llena de brillos del fantástico atuendo.

—¿Cómo me veo?

—Sos una reina.

An Li Tolé aplaudió, orgullosa de su propio trabajo.

—Falta el velo —comentó perdiéndose detrás de una cortina de cintas de encaje brillosas.

Mi amiga inclinó la cabeza hacia un costado. Algo parecía no ir bien.

—¿Qué pasa? —pregunté al acercarme.

—Nada. Falta tan poco. —Suspiró de forma temblorosa.

Supuse que sería el estrés de organizar una boda.

—A esto le faltan las flores. —La mujer pelirroja reapareció, con alfileres colgando de su boca y el precioso velo en sus manos.

—Hermoso —susurré admirando el trabajo de puta madre que se había montado la modista. Esas manos eran literalmente una fuente de magia.

—Ahora, a comprar el cotillón para la despedida. ¿No?

Mi amiga asintió mientras estiraba mi mano para ayudarla a bajar de la pequeña tarima.

Desapareció con la modista, y yo me quedé rodeada de vestidos en una sala amplia, cómoda, tan pacífica que podría tomar una siesta allí mismo.

Observé a mi alrededor mientras pensaba lo complicado que sería para mí organizar un evento de tal magnitud. Ni hablar de considerar casarme.

Sacudí el cuerpo, un escalofrío me recorrió al pensar en cosas tan absurdas.

Por un momento, la melodía instrumental de fondo y la soledad me remontaron a mi niñez. Recordé a mis padres haciendo todos los días lo mismo esperando obtener resultados diferentes. Dicen que esa es la definición de la locura.

Los vi odiar y amar su vida infinitas veces. Y aunque todo el mundo dice que siempre hay que permanecer con el amor, yo me había quedado con el odio.

Esas memorias atormentaban mi adolescencia. Me había prometido a mí misma jamás involucrarme en un espiral como el suyo, que los llevó a dejar de disfrutar la vida durante muchísimos años.

Aún así, el vacío que había sentido cuando Benicio habló de su padre estando solo me hizo pensar que ese podía ser mi futuro. Y tampoco me gustó.

Chiara apareció vestida de civil interrumpiendo mis pensamientos. Me sentí más que agradecida.


No me rompas el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora