Capítulo 37

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FRANCIA

Me faltaba poco para llegar.

Benicio me dio otra embestida ruda mientras acariciaba los costados de mi cintura y cadera con sus grandes manos.

Sentí tanto placer, que flexioné las rodillas en el aire. Los dedos de los pies se me pusieron en punta.

Estiré las manos sobre mi cabeza, quedaron semi colgando en la nada misma.

En ningún momento pensé en que existía la posibilidad de que rompiéramos la mesa de madera teniendo esa clase de sexo. La idea cruzó por mi mente después.

Pasó una de sus palmas por el centro de mi torso, desde el ombligo hasta mi cuello. Rodeó mi garganta sin presionar demasiado. Lo justo como para sentirme más mojada.

Lamí mis labios de manera sensual cuando volvió a penetrarme suave, lento, y luego duro y rápido.

Los músculos de mi zona pélvica comenzaron a contraerse, estaba a punto de explotar.

Curvé mi espalda y gemí. Una, dos, tres veces hasta que llegué.

Su cuerpo sufrió un breve espasmo mientras acababa dentro de mí.

Sin salir de la posición en la que estábamos, Benicio recostó su tronco sobre el mío. Su cabeza quedó a la altura de mi pecho. Besó uno de mis pezones y exhaló, recuperando el aliento.

Acaricié su pelo, su nuca, parte baja de su espada.

Permanecimos unos minutos así, me encantó disfrutar de ese momento con él. Como cada momento que pasábamos juntos.

Volvimos a respirar como la gente y entonces largué una risita.

—¿Qué? —Preguntó.

Observé el café derramado sobre la mesa. La taza había sufrido las consecuencias de nuestro arrebato, el líquido estaba salpicado para todos lados.

—Hiciste un enchastre, Benicio —acusé divertida.

Él levantó la cabeza hacia mí.

—¿Yo?

Me sentí embobada por sus ojos.

—Te quiero dar un beso —dije apenas sentí la necesidad.

Se puso derecho, acompañé sus movimientos sentándome en la mesa.

Se quitó el preservativo. Iba a tirarlo, pero atrapé su cintura con las manos y lo atraje hacia mí.

—Sos hermoso —solté.

Sonrió de costado, con medio hoyuelo pronunciándose.

Acercó su boca a la mía, pero fuimos interrumpidos por la maldita alarma de su reloj.

Puse los ojos en blanco, él exhaló.

—Te juro que no me quiero ir, pero...

—Ya sé —lo besé suavemente —Yo también tengo que trabajar.

—¿Cuándo te vuelvo a ver?

Me reí.

—Todavía ni siquiera te fuiste de mi casa, Benicio.

—¿Y?

No podía negar que ya lo estaba extrañando. Pero, al mismo tiempo, noté lo rápido que iban las cosas entre los dos.

Salté de la mesa, caminé hasta la cocina alejándome de él.

Me serví un vaso de agua.

—Esto no es una relación seria, lo sabes ¿no?

No me rompas el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora