Capítulo 28

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FRANCIA

Rosario no se resistió a observarme con el ceño fruncido desde que entré al edificio hasta que nos acomodamos en el living-comedor de su casa. Fingí que no lo había notado para no tener que darle explicaciones que, de todos modos, seguramente me iba a exigir en de los próximos cinco minutos.

Me senté sobre el sillón, aparentando estar relajada.

La remera de Benicio me quedaba como un vestido. Tenía su aroma impregnado y lo olía a cada rato, cada vez que me movía. Era una tortura deliciosa.

—¿Vas a seguir haciéndote la boluda o vamos a hablar de eso?

Mi hermana del medio, la que tenía mucho tacto.

—¿De qué vamos a hablar? —arrugué la frente, la observé de pie frente a la falsa chimenea. —¡Ah! ¿De eso? —Señalé hacia la ventana. —No es nada. —Moví la mano, restándole importancia.

—¿No es nada? ¿Quién mierda te trajo, Francia?

—Seguro que era su amigovio Benicio...

Alma apareció por el pasillo que conducía a las habitaciones con una sonrisa pícara.

—¡Hola, mi amor! —Abrí los brazos para recibirla.

Ella se abalanzó sobre mí. Le besé la cabeza, la frente y le hice cosquillas en la panza.

—¿Quién es Benicio?

—El "amigo" de la tía que nos llevó a comer el otro día.

Rosario levantó las cejas, pidiéndome explicaciones.

—La otra vuelta estaba sin el auto y Benicio, un AMIGO —enfaticé la palabra. —No amigovio, amigo. Me alcanzó hasta la escuelita y después fuimos al McDonald's porque tu hija es adicta a la Cajita Feliz.

—¿Y no te pareció buena idea comentármelo?

—No quería que hicieras un escándalo.

—Todos tus amigos te... —Mi hermana echó un vistazo a su hija, que ya se había distraído con la televisión. Se inclinó hacia mí para que pudiera escuchar sus murmullos —Te estaba comiendo la boca, boluda. Amigo, los huevos.

Movió la cabeza en dirección a la cocina, indicándome que continuaríamos la conversación en un lugar más privado.

Acaricié la mejilla de Alma y seguí a mi hermana.

—¿Por qué tengo que explicarte con quién salgo y con quién dejo de salir?

—No quiero que me expliques, boluda. Lo que quiero es que me cuentes en qué andas. Además, si mi hija conoce a un flaco con el que estás saliendo...

—No estoy saliendo con él —interrumpí de forma caprichosa. —Por qué no me contas vos en qué andas.

Desde que Rosario se había separado, no hablábamos de amor ni de sexo ni de cualquier mínima relación sexoafectiva que ella pudiera encarar con una persona. Nuestras conversaciones se limitaban a las actividades que mi hermana buscaba hacer constantemente para no sentir el peso de la soledad.

Respetaba su espacio, mientras ella respetara el mío.

Levantó un hombro, haciéndose la otra.

—Si yo te cuento, ¿vos me contás? —La pinché un poco más.

Honestamente, me interesaba más saber cómo estaba su corazón, que andar discutiendo sobre cómo estaba el mío.

—No tengo nada que contarte, Francia. Dejate de joder.

No me rompas el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora