Capítulo 44

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FRANCIA

El cristal del perfume carísimo se resbaló de mis manos con tanta mala suerte, que golpeó una de las patas de metal del tocador con la fuerza necesaria para explotar. Los vidrios volaron hacia todas partes, inmiscuyéndose entre los pelitos de la alfombra.

A partir de ese momento, la habitación olería para siempre como lo hacía una fragancia de ciento cincuenta dólares.

Puse los ojos en blanco y me dirigí a la cocina dando pequeños saltitos para no clavarme ningún vidrio en las plantas de los pies.

Era el gran día. El día más esperado en la vida de mi mejor amiga desde hacía once meses, cuando Rocco le había propuesto matrimonio en las playas de Mar del Plata.

Si alguna vez me casaba, me gustaría que me lo pidieran dos veces. La primera, en la cama, después de coger. La segunda, cuando me vieran haciendo algo ridículo, como intentar separar uno por uno los diminutos cristales transparentes de un hermoso frasco de perfume de la alfombra de mi cuarto.

Era temprano y me esperaba un fin de semana larguísimo.

Por un lado, debía realizar todas las tareas que Chiara me había enumerado por WhatsApp. La primera era estar lista a tiempo. No podía retrasarme como siempre lo hacía.

Por otro parte, Benicio.

Benicio iba a estar ahí. Tendría que verlo andar con sus elegantes trajes, sus camisas blancas ajustadas que le marcaban ese pecho lleno de abdominales. Sus hoyuelos condenadamente sexys. Sus ojos perturbadoramente sensuales. Sus labios llamativamente tiernos.

Me temblaron las piernas. Necesité tomar asiento en el borde de la cama un instante.

Me venía preparando hacía días para el momento en que nuestras miradas se cruzasen. Aunque sabía que, llegada la situación, me quedaría muda, embobada como una mosca que insiste en tocar la luz del foco de una lamparita que quema sus alas cada vez que se acerca. Pero no me importaba. No me importaba cuánto Benicio me podía quemar, yo seguía deseando sucumbir en él.

—¡Tonta, tonta, tonta! —me reproché al notar que seguía perdiendo minutos de mi valioso y muy limitado tiempo por pensar en un tipo que escribía mi nombre en su calendario para no olvidarme y aseguraba que yo no podía darle lo que él necesitaba.

Y aunque tuviera razón, eso no hacía que me enojara menos.

BENICIO

Subí la cremallera de mi pantalón sastrero verde clarito. Era como una tonalidad marina, un color verde agua excesivamente llamativo.

Fue amor a primera vista. Apenas vi el esmoquin, caí enamorado. A Rocky le encantaba la idea del color de mi traje, porque el suyo era verde inglés. Por lo que, sin haberlo buscado, estaríamos en perfecta sintonía.

Me moría de ganas por saber qué llevaría puesto Francia. Aunque, usase lo que usase, activaría mis sentidos de manera intensa y sensible al mismo tiempo, mi lado más lascivo y excitante, sin que pudiera evitarlo.

Abotoné los primeros botones de la camisa. Ajusté la corbata. Palpé debajo de la tela el dije de oro con forma de sol. Suspiré agradecido de los amigos que me rodeaban.

Me miré al espejo mientras deslizaba una mano por mi mentón, palpando la crecida, aunque prolija barba de dos centímetros.

Me eché una buena cantidad de perfume antes de salir. Tomé el saco, haciendo gancho con dos de mis dedos, y me lo lancé por encima del hombro.

Era temprano, pero el padrino tenía que asistir al novio hasta el último suspiro de soltero. Y eso haría.

Me monté en el Peugeot azul y partí a casa de mi mejor amigo.

No me rompas el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora