Capítulo 6

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BENICIO

—Perfecto. ¿Qué día podríamos coordinar para la siguiente reunión?

Sonreí, aunque ya me dolían las mejillas de tanto hacerlo.

Odiaba los encuentros virtuales donde debía poner cara de contento todo el tiempo. Al menos, cuando nos reuníamos de forma presencial, podíamos darnos el lujo de descansar los músculos de la cara. No hacía falta sonreír ni fingir que no teníamos un cohete en el orto para llegar a hacer todo a tiempo y que la empresa no se fuera a la mierda.

Básicamente, de eso se trataba mi trabajo.

Me gustaba más cuando sólo eran cuentas fáciles, presupuestos chicos. Pero... las tareas evolucionaron. Mi rol dentro de Soltierra fue cambiando, así como el cargo de junior a senior. Y de un segundo para el otro, ya estaba dirigiendo un área en la que ni siquiera sabía si me gustaba trabajar.

En fin, no podía decir que yo no había aceptado todas y cada una de las propuestas que me habían ofrecido hasta llegar a ese cargo. Más que nada, porque el sueldo había aumentado conforme se modificaba mi puesto de trabajo. Por desgracia, también habían ido en crescendo la carga horaria y las responsabilidades.

Guido chasqueó los dedos delante de mí. Estaba sentado en una de las sillas frente a mi escritorio. Él no participaba activamente de las reuniones, pero participaba en todas mis reuniones. Es decir, nadie lo veía, pero Guido siempre estaba conmigo.

Al principio, no me parecía necesario tener un asistente. Me resultaba exagerado que mi puesto de trabajo tuviera que contar con alguien que se ocupara de ciertos asuntos de los que yo, hasta ese momento, no tenía idea que estarían bajo mi mando.

Pero, contra todo pronóstico, resultó ser la decisión más acertada del mundo aceptar a Guido, quién salvaba cada uno de mis días. Tenía una forma de desempeñarse excelente, un carisma maravilloso y era tan organizado como yo.

—Ptss.

Hizo ese sonido con los labios que siempre hacía para sacarme de mi cabeza. Me pasaba muy seguido eso de perderme entre mis propios pensamientos.

Parpadeé, agrandé la ya de por sí gran sonrisa. La gente amaba mis hoyuelos y eso era una gran ventaja.

—El lunes próximo, 17hs. ¿Qué le parece, Limón?

Sí, mi apellido es el de un cítrico.

—Perrrrf...—Levanté la vista hacía mi asistente, que me hacía que no con la cabeza y los ojos bien abiertos. —Mmmm —apreté los labios.

Llevé una mano a mi mentón y acaricié mi barba de un centímetro y medio. Me gustaba llevarla corta y prolija.

Guido escribió en un cuaderno y lo levantó en el aire. Decía:

Miércoles: 13hs 16hs 19hs / Jueves: 16hs

Sabía que la reunión era importante, pero el resto de actividades de la semana resultaban urgentes.

—¿Podrá ser miércoles a las cuatro de la tarde?

—Bárbaro —comentó el hombre canoso del otro lado.

—Guido, mi asistente, se pondrá en contacto con ustedes, entonces. Muchas gracias.

Cerré la pantalla de la computadora y me derretí sobre la silla.

—¿Tomaste nota?

—Obvio, Beni. El lunes le escribo para coordinar, y el miércoles por la mañana para recordarle la reunión. Estamos diez puntos.

—Gracias. No sé qué haría sin vos.

Guido sonrió. Tenía veintidós años, aunque parecía más chico. Sus pelos rubios ondulados no seguían un patrón regular. Sus ojos oscuros lo hacían ver más serio de lo que en verdad resultaba ser.

No me rompas el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora