Capítulo 43

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FRANCIA

No podía sacarlo de mi cabeza. Maldito Benicio hijo de...

—¿Me esperas en el auto? —preguntó mi mejor amiga.

Me saqué el cinturón mientras negaba con la cabeza. Quedarme encerrada significaban minutos de tortura y silencio, donde le daría cuerda a todas las inseguridades y confusiones que convivían en ese momento en mi cerebro.

Entramos al elegante local. La organizadora del evento nos esperaba con una sonrisa.

Chiara debía repasar todo sobre el gran día una vez más, y como Rocco no podía acompañarla, me citó a mí para la ocasión.

Estábamos a punto de pasar a una habitación continua, donde tendríamos privacidad, cuando fuimos interrumpidas por la voz gruesa del futuro marido.

—¡Loqui!

Ella y yo nos volteamos.

Mi cara cambió de inmediato cuando identifiqué a Benicio de pie junto a su amigo.

Puse la expresión más seria que podía dedicar.

Chiara saltó de la alegría al ver a su novio.

—¿Qué haces acá?

—Cancelé todas las reuniones, Loqui. ¿Cómo no iba a venir? —Palmeó el hombro de su amigo. —Este se ofreció a traerme. Manejó como Toretto.

—Bueno, ¿nos acompañan?

La mujer invitó a la pareja a pasar, dejándonos a Benicio y a mí solos en la sala de espera.

Mi amiga me dedicó una mirada de disculpas, la tranquilicé ofreciéndole una sonrisa amplia que se borró inmediatamente de mi rostro apenas ellos cruzaron el umbral de la puerta.

Fingiendo que Benicio no se encontraba a solo unos pasos de distancia, tomé asiento en uno de los sillones y me puse a mirar una revista del año 2003.

Pasó un largo rato en el que me obligué a no levantar la vista hacia él, aunque noté que se había acomodado en un sillón frente al mío.

Para cuando decidí observar en su dirección, moví disimuladamente los párpados sin levantar la cabeza y lo pesqué admirándome con esos ojos verdes que me volvían loca.

Inmediatamente volví a las páginas de la revista, simulando estar interesada en las notas periodísticas sobre eventos viejos que no me importaban en lo absoluto.

Un rato más tarde, Benicio aclaró su garganta y yo me deshice de la revista, harta de fingir que alguno de todos esos temas viejos eran de mi interés.

Paseé la mirada por la sala, sin desestimar que Benicio no dejaba de observarme.

—¿Qué? —Solté de golpe, lamiéndome los labios y clavando mis ojos en los suyos.

—Nada.

Negó como si no entendiera porque le estaba hablando. Eso me enfureció.

—¿Vas a decirme algo? —Pregunté de mala gana.

—¿Algo cómo qué?

Me era imposible leer su expresión.

Puse los ojos en blanco.

—Nada, no importa. —Moví una mano, dejándolo pasar. —Le prometí a Chiara que nos íbamos a llevar bien, a pesar de todo.

—¿Se lo contaste? —Juntó el comienzo de sus cejas cuando arrugó la frente.

—Obvio que se lo conté. —Me esforcé en usar mi tono de voz más odioso.

—¿Y se enojó? —Él parecía tranquilo.

Negué con la cabeza.

—Siempre y cuando no escandalicemos la boda, por supuesto.

Una oleada de silencio me dio piel de gallina.

Él se aclaró la garganta.

—¿Qué significa "a pesar de todo"?

—A pesar de que hayamos terminado mal.

Me puse de pie, ya no podía soportar estar quieta mientras mantenía esa conversación.

Me sacaba de quicio su forma tan calma de reaccionar, como si no le importara nada de... de mí.

Sentí un tirón en el corazón.

—¿Terminamos mal?

Me volteé hacia él, incrédula.

—Lo que es seguro es que terminamos —afirmé mientras Benicio se paraba con cuidado, acomodando su camisa blanca perfectamente planchada. —Sabíamos que iba a pasar, era cuestión de tiempo.

Después de una pausa, respondió:

—Yo no lo llamaría terminar.

—¿Y cómo lo llamarías, entonces?

Pensé que me estaba haciendo una broma.

—No teníamos nada real ¿o no?

Golpe bajo. Estaca en el medio del pecho.

—Para mí no —dije a la defensiva. —Espero que vos no hayas confundido las cosas.

—Nunca las confundí. —El desinterés en su voz me daba ganas de llorar. —Sabía que...

—¿Que qué? —interrumpí, completamente molesta.

—Soy más de las relaciones estables —confirmó aquello que ambos sabíamos desde el principio.

Entendí que me dolía que él no hubiera hecho ningún esfuerzo para no perderme.

—Y yo soy más de las calenturas.

—¿Y ya te aburriste de mí?

Me sonó a pregunta, pero no podía asegurarlo con certeza.

Me hubiera gustado decirle que sentía que nunca me aburriría de él, pero recordé mi nombre en ese calendario. Yo ya era algo fijo en su vida, estaba dada por hecho si le decía lo contrario.

—Sabés que me aburro de todos. No es algo personal —comenté con un desprecio que Benicio no se merecía.

—Sé que no es personal. —Meneó la cabeza. —Necesito algo que no me podés dar.

Y eso sí se sintió como un golpe al corazón.

No llores, no llores, no llores. Me repetí a mí misma mientras usaba todas las fuerzas de mi cuerpo para no venirme abajo.

—¿Todo bien?

Mi amiga apareció detrás de mí y tomó mi hombro. Noté la preocupación en su tono de voz.

—Todo bien —dije bruscamente, sin quitar mi mirada de Benicio. —¿Nos vamos? —me dirigí a ella con una sonrisa fingida.

Benicio amagó a acercarse a mí, pero yo ya me había encaminado hacia afuera.

Si la realidad hubiera sido otra, seguramente él me llevaría a casa. Subiríamos juntos y desesperados por quitarnos la ropa. Lo besaría hasta olvidarme de todos los miedos que me impedían estar con él.

Pero Benicio no me quería a mí, quería la seguridad de tener a alguien todos los jueves de su vida. Y una no puede hacer nada cuando no la quieren. No podemos mendigar amor y pedir por favor que nos quieran.

Cuando no nos quieren, no se puede hacer absolutamente nada más que lidiar con ese dolor.


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Oficialmente, estamos a nada de concluir esta historia.

¿Qué quieren que pase?

No me rompas el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora