Capítulo 27 Elizabeth defiende a Sirius

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A medida que se acercaba la fecha del regreso de Harry a Hogwarts, Sirius cada vez se mostraba más propenso a lo que la señora Weasley llamaba «ataques de melancolía», durante los cuales se ponía taciturno y gruñón, solía tener discusiones con Elizabeth cada vez que se encontraba, Lupin se había referido a ellos como perro y gato en medio de una de  sus peleas. Sirius se retiraba al cuarto de Buckbeak luego de discutir, donde pasaba horas enteras. Su malhumor se extendía por la casa y se filtraba por debajo de las puertas como un gas tóxico, de modo que los demás se contagiaban de él.

Harry no quería dejar otra vez a su padrino con la única compañía de Kreacher; de hecho, por primera vez en la vida, no le apetecía regresar a Hogwarts. Volver al colegio significa colocarse una vez más bajo la tiranía de Dolores Umbridge, que sin duda se las habría ingeniado para que aprobaran otra docena de decretos durante su ausencia; ya no tenía las miras puestas en los partidos de quidditch porque lo habían suspendido; además, con toda probabilidad, los iban a cargar de deberes ahora que se acercaban los exámenes; y Dumbledore estaba más distante que nunca. Harry creía que, de no ser por el ED, habría suplicado a Sirius y Elizabeth que lo dejara quedarse en Grimmauld Place y abandonar los estudios, de seguro su tía podía enseñarle desde casa. 

Entonces, el último día de las vacaciones, pasó una cosa que hizo que Harry sintiera verdadero terror de regresar al colegio.

—Harry, cariño —dijo la señora Weasley asomando la cabeza por la puerta del dormitorio que compartían él y Ron, donde ambos estaban jugando al ajedrez mágico, mientras Hermione, Ginny y Crookshanks los observaban—, ¿puedes bajar un momento a la cocina? El profesor Snape quiere hablar contigo.

Harry tardó un momento en asimilar lo que la señora Weasley acababa de decir; una de sus torres había iniciado una violenta pelea con un peón de Ron, y él la azuzaba con entusiasmo.

—Machácalo, ¡machácalo! ¡Sólo es un peón, idiota! Lo siento, señora Weasley, ¿qué decía?

—El profesor Snape, cariño. Te espera en la cocina. Quiere hablar contigo.

Harry abrió la boca, horrorizado, y miró a Ron, a Hermione y a Ginny, que lo miraban también con la boca abierta.

—¿Snape? —repitió Harry sin comprender.

—El profesor Snape, querido —lo corrigió la señora Weasley—. Baja, corre, dice que tiene prisa.

—¿De qué querrá hablar contigo? —le preguntó Ron, acobardado, cuando su madre salió de la habitación—. No has hecho nada, ¿verdad?

—¡Claro que no! —exclamó Harry, indignado, y se exprimió el cerebro pensando qué podía haber hecho para que Snape fuera a buscarlo a Grimmauld Place. ¿Habría sacado una T en sus últimos deberes?

Un par de minutos más tarde, Harry abrió la puerta de la cocina y encontró a Sirius y a Snape sentados a la larga mesa, cada uno con la vista fija en una dirección diferente. El silencio que reinaba en la habitación delataba la antipatía que sentían el uno por el otro.

Harry carraspeó para anunciar su presencia.  Snape giró la cabeza, con el rostro enmarcado por dos cortinas de grasiento y negro cabello.

—Siéntate, Potter.

—Mira —dijo Sirius en voz alta mientras se mecía sobre las patas traseras de la silla y hablaba mirando al techo—, preferiría que aquí no dieras órdenes, Snape. Ésta es mi casa, ¿sabes?

Un desagradable rubor tiñó el pálido rostro de Snape. Harry se sentó en una silla al lado de Sirius, frente a Snape.

—En realidad teníamos que vernos a solas, Potter —explicó Snape, y torció los labios para formar su característica sonrisa despectiva—, pero Black...

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