Capítulo 30 Profuga

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—¡Número doce de Grimmauld Place! —dijo Harry con voz fuerte y clara.

Harry fue sucionado dando vueltas su cabeza y entonces, tan bruscamente como había empezado a suceder, la cabeza dejó de darle vueltas. Harry, que se sentía muy mareado y como si llevara una bufanda muy caliente alrededor de la cabeza, abrió los ojos y vio que miraba desde la chimenea de la cocina de Grimmauld Place hacia la larga mesa de madera, donde había un hombre sentado leyendo detenidamente una hoja de pergamino.

—¿Sirius?

El hombre se sobresaltó y miró alrededor. No era Sirius, sino Lupin.

—¡Harry! —Estaba absolutamente desconcertado—. ¿Qué haces tú...? ¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien?

—Sí —contestó él—. Sólo quería... Bueno, me apetecía charlar un poco con Sirius.

—Voy a buscarlo —dijo Lupin, y se puso en pie sin cambiar aquella cara de absoluta perplejidad—. Ha subido a buscar a Kreacher, que al parecer ha vuelto a esconderse en el desván...

Harry vio cómo Lupin salía a toda prisa de la cocina. Ahora no podía mirar otra cosa que no fueran las patas de las sillas y la mesa. Se preguntó por qué su padrino nunca había comentado lo incómodo que era hablar desde la chimenea; empezaban a dolerle las rodillas a causa del prolongado contacto con el duro suelo de piedra del despacho de la profesoraUmbridge. 

Lupin regresó unos minutos más tarde con Sirius.

—¿Qué pasa? —preguntó éste con apremio, apartándose el largo y oscuro cabello de los ojos y sentándose frente a la chimenea para ponerse a la altura de Harry. Lupin se arrodilló también; parecía muy preocupado—. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

—No —contestó Harry—, no pasa nada... Sólo quería hablar... de mi padre.

Sirius y Lupin intercambiaron una mirada de desconcierto, pero Harry no tenía tiempo para sentirse avergonzado ni abochornado; cada vez le dolían más las rodillas y calculaba que ya debían de haber pasado cinco minutos desde el inicio de la maniobra de distracción; George sólo le había garantizado veinte. Por lo tanto, abordó inmediatamente el tema de lo que había visto en el pensadero.

Cuando hubo terminado, ni Sirius ni Lupin dijeron nada durante un rato, pero después Lupin dijo con voz queda:

—No quisiera que juzgaras a tu padre por lo que viste allí, Harry. Sólo tenía quince años...

—¡Yo también tengo quince años! —protestó Harry.

—Mira, Harry —intervino Sirius con tono apaciguador—, James y Snape se odiaron a muerte desde el día que se vieron por primera vez, sentían aversión mutua, eso lo entiendes, ¿verdad? Creo que James tenía todo lo que a Snape le habría gustado tener: amigos, era bueno jugando al quidditch... Era bueno en casi todo. Y Snape no era más que un bicho raro que se pirraba por las artes oscuras, y James siempre odió las artes oscuras, Harry, eso te lo puedo asegurar.

—Ya, pero atacó a Snape sin motivo, sólo porque..., bueno, sólo porque tú dijiste que te aburrías —concluyó con un deje de disculpa en la voz.

—No me enorgullezco de ello —se apresuró a decir su padrino.

Lupin miró de soslayo a Sirius y dijo:

—Mira, Harry, lo que tienes que entender es que tu padre y Sirius eran los mejores del colegio en todo. Los demás pensaban que eran insuperables, y si a veces se dejaban llevar un poco...

—Si a veces éramos unos chulos arrogantes, querrás decir —lo corrigió Sirius.

Lupin sonrió.

—Se despeinaba el pelo continuamente —comentó Harry, apenado.

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