Capítulo 18 El número 12 de Grimmauld Place

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Luego que la reunión de la orden terminara Harry, Ron y Hermione bajaron con un Harry más calmado.

Cuando pasaban por delante de la hilera de cabezas de elfos domésticos colgadas en la pared, vieron a Lupin, a la señora Weasley y a Tonks junto a la puerta de la calle, cerrando mediante magia los numerosos cerrojos y cerraduras en cuanto los restantes magos hubieron salido.

—Comeremos en la cocina —susurró la señora Weasley al reunirse con ellos al pie de la escalera—. Harry, querido, si quieres cruzar el vestíbulo de puntillas, es esa puerta de ahí...

¡PATAPUM!

—¡Tonks! —gritó la señora Weasley, exasperada, y se dio la vuelta para mirar a la bruja.

—¡Lo siento! —gimoteó Tonks, que estaba tumbada en el suelo—. Es ese ridículo paragüero, es la segunda vez que tropiezo con...

Pero sus últimas palabras quedaron sofocadas por un espantoso, ensordecedor y espeluznante alarido.

Las apolilladas cortinas de terciopelo en que Harry se había fijado al llegar a la casa se habían separado, pero no había ninguna puerta detrás de ellas. Durante una fracción de segundo, Harry creyó que estaba mirando por una ventana, una ventana detrás de la cual una anciana con una gorra negra gritaba sin parar, como si estuvieran torturándola; pero entonces cayó en la cuenta de que no era más que un retrato de tamaño natural, aunque el más realista y desagradable que había visto en su vida.

La anciana echaba espuma por la boca, sus ojos giraban descontrolados y tenía la amarillenta piel de la cara tensa y tirante; los otros retratos que había en el vestíbulo detrás de ellos despertaron y empezaron a chillar también, hasta tal punto que Harry cerró con fuerza los ojos y se tapó las orejas con las manos para protegerse del ruido.

Lupin y la señora Weasley fueron corriendo hacia el retrato e intentaron cerrar las cortinas y tapar a la anciana, pero no podían con ellas y la anciana cada vez gritaba más fuerte y movía sus manos como garras; parecía que intentaba arañarles la cara.

—¡Cerdos! ¡Canallas! ¡Subproductos de la inmundicia y de la cochambre! ¡Mestizos, mutantes, monstruos, fuera de esta casa! ¿Cómo os atrevéis a contaminar la casa de mis padres?

Tonks seguía disculpándose por su torpeza mientras levantaba la enorme y pesada pierna de trol del suelo; la señora Weasley desistió de su intento de cerrar las cortinas y echó a correr por el vestíbulo, haciéndoles hechizos aturdidores a los otros retratos con su varita; y un hombre de largo cabello negro salió disparado por una puerta que Harry tenía enfrente.

—¡Cállate, vieja arpía! ¡Cállate! —bramó, y agarró la cortina que la señora Weasley acababa de soltar.

La anciana palideció de golpe.

—¡Tú! —rugió, mirando con los ojos como platos a aquel hombre—. ¡Traidor, engendro, vergüenza de mi estirpe!

—¡Te digo que te calles! —le gritó el hombre, y haciendo un esfuerzo descomunal, Lupin y él consiguieron cerrar las cortinas.

Cesaron los gritos de la anciana, y aunque todavía resonaba su eco, el silencio fue apoderándose del vestíbulo.

Jadeando ligeramente  apartándose el largo y negro cabello de la cara, Sirius, el padrino de Harry, se dio la vuelta.

—Hola, Harry —lo saludó con gravedad-)—. Veo que ya has conocido a mi madre.

—¿Tu...?

—Sí, mi querida y anciana madre —afirmó Sirius—. Llevamos un mes intentando bajarla, pero creemos que ha hecho un encantamiento de presencia permanente en la parte de atrás del lienzo.

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