Capitulo 25: No Pensé Que Fueras Así...

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—Hola, Lucca. Aquí estoy, perdona el retraso —se disculpó Abigail.

—Hola, Abi. Pensé que no vendrías.

—Te dije que vendría y aquí estoy —contestó sentándose frente a su, todavía, esposo. El mozo se acercó a ellos, pidieron algo de comer y otra botella de vino—. ¿No crees que haz tomado demasiado alcohol? Tienes que manejar.

—¿No tomas tú? ¿Qué sucede que no tomas más alcohol? —ella no supo qué responder para no delatar su embarazo.

—No quiero más alcohol, solo tomaré agua. Tú contrólate, no vas a poder manejar si te emborrachas.

—Entonces, tu puedes manejar.

—No lo haré, Lucca. Vine sola en mi auto y sola me iré.

—No te pongas a la defensiva. No volveré a hacer lo que hice. Nunca me lo perdonaré —exclamó Lucca con tristeza en su voz—. No puedo creer que ya no te veré más. Dime, Abigail, ¿qué tienes pensado hacer?

—Nos iremos fuera de España, Lucca. Mi familia y yo empezaremos de nuevo en otro lugar.

—Acepta lo que te propuse hoy. Quiero devolverte todo lo que te pertenece.

—No quiero tus limosnas, Lucca. Ese dinero te pertenece a ti.

—Siempre te amaré por tu personalidad. Eres la única persona que se atreve a desafiarme.

—Espero que dejes de ser el demonio que eres y seas un buen padre. Firmaré lo más pronto posible el divorcio, así puedes casarte con Juliet.

—No quiero casarme con ella. Te amo a ti, Abigail, pero debo hacerlo por mi hijo.

—Exactamente, Lucca. Tu hijo te necesita y ella también. No es lindo transitar un embarazo sola —y ella lo sabía muy bien, pensó con tristeza para sus adentros.

—Si tan solo la embarazada fueras tú, seríamos tan felices. No deseo este hijo, pero él no tiene la culpa.

—Espero que algún día aprendas a disfrutar de la vida y que el dinero no se interponga en tu felicidad como lo ha hecho con nosotros, porque te quedarás solo.

—Lo sé. Estoy perdiéndote a ti por dinero.

La cena transcurrió en paz. Siguieron hablando de negocios y, por un momento, no hubo peleas ni malos entendidos. Sería la última vez que estarían juntos como marido y mujer, y no querían desperdiciar el momento.

Al día siguiente, Abigail se levantó muy temprano. Su cabeza daba vueltas de tanto pensar; no había dormido en toda la noche. Hoy se iría para siempre con sus padres y no volvería a ver a Lucca nunca más. ¿Por qué él tenía que ser así? ¿Por qué no pudo elegirla a ella en vez del dinero? Sin embargo, sabía que era imposible; él es así y así se enamoró de él, nunca cambiará.

Tomó una ducha refrescante, se puso ropa cómoda y bajó a desayunar con sus padres. En el comedor se encontraba también la familia Chiaraviglio desayunando. Hoy mismo sería la lectura del testamento del abuelo Francesco y todos estaban esperando al abogado.

—Hola, Abi —saludó Phillip.

—Hola, Phillip. Hola a todos —saludó a los presentes mientras tomaba asiento al lado de su madre.

—Hola, mi niña —Analia le dio un tierno beso en la mejilla.

—Buenos días, Abi —saludó finalmente Lucca.

—Aún no puedo creer que los dos nos hayan engañado de esa manera. Su matrimonio fue una farsa —comentó Antoine.

—Antoine, ¿por qué eres tan indiscreto? —Abigail no sabía dónde meterse, se puso colorada de la vergüenza.

—Lo siento, Abi, solo fue una broma. Pero bueno, en fin, es la verdad.

—¡Basta, Antoine! —comentó Lucca enojado, golpeando la mesa—. Aquí el culpable soy yo, no la incomodes.

—Hoy es la lectura del testamento de nuestro abuelo. Ella no debería estar presente.

—Yo decido que esté. Te recuerdo que aún es mi esposa —la defendió Lucca. Antoine siempre le pareció un insensible, pero hoy le parecía una mala persona, ni siquiera él es así.

—En todo caso, una esposa de mentira.

—Mira, Antoine, yo puedo hacer que tú no estés presente. Así que cálmate o te saco de aquí —exclamó Lucca, furioso.

—Ya basta, Antoine —le recriminó también Phillip.

—Está bien, está bien.

El desayuno se llevó en paz. Abi sentía que iba a extrañar todo esto: la casa, Phillip, las chicas de servicio, Isabella, a la que tenía que llamar para despedirse, y sobre todo dejar a Lucca. Le dolía el alma y el corazón y a sus hijos también porque no se habían dejado de mover en todo momento.

El doctor Ricardo Storni, abogado de Francesco desde hace muchos años, llegó media hora después de haber terminado de desayunar. Todos se reunieron en el escritorio de Lucca, incluida Abi.

—Hola, Ricardo —saludó Lucca, amablemente estrechándole la mano.

—Hola, Lucca, Phillip, Antoine. Y tú debes ser la dulce Abi, ¿verdad? Así te llamaba Francesco.

—Hola, señor Storni. Yo me retiro, no creo que tenga que estar aquí.

—No, Abigail, quédate. Tú necesitas escuchar lo que tengo que decir.

—Pero...

—Abi, quédate, por favor —le pidió Lucca, y ella se sentó en el sofá. Solo esperaba que Francesco no hubiera llegado a cambiar el testamento; ella no quería nada de los Chiaraviglio.

Ricardo comenzó con la lectura del testamento. Antoine y Phillip se quedarían con el centro de paracaidismo, unas acciones de las empresas Chiaraviglio y una propiedad cada uno.

Lucca recibiría, en caso de casarse y tener a su hijo con Juliet, la casa, las acciones mayoritarias de la empresa, seguiría siendo el CEO principal y también dueño absoluto del avión privado. Tiene dos meses para casarse.

—Bueno, eso fue todo. El abuelo fue bastante generoso. Aunque tienes que casarte muy pronto, Lucca. De lo contrario, no te corresponderá más que a nosotros —manifestó Antoine, burlándose de él.

—No se preocupen, voy a divorciarme lo antes posible para que puedan seguir con sus vidas —acotó Abi con tristeza.

—Es lo mejor que puedes hacer, Abigail. Aquí no te pertenece nada —Lucca estaba por golpear a su primo cuando el abogado los detuvo.

—Te equivocas, Antoine. Abigail Moreno también figura en el testamento.

—¿Qué? —preguntaron todos al mismo tiempo, sorprendidos.

—¿Cómo es eso posible? —exclamó Lucca. Su abuelo se había encariñado mucho con Abi, pero él no regalaba su dinero a cualquiera y menos a alguien fuera de la familia.

—Francesco dejó una suma de un millón de euros a Abigail Moreno en calidad de esposa de su nieto.

—Eso es imposible —Lucca seguía sin poder creerlo y fulminó a Abi con la mirada—. Tú lo sabías, Abigail, ¿verdad? Por eso no querías nada.

—Sí, Lucca, el abuelo me lo dijo, pero pensé que no había llegado a cambiar el testamento.

—No lo puedo creer. Te pensé cualquier cosa menos una interesada. Desde el principio, fue lo que quisiste: el dinero de la familia —Lucca estaba más que furioso, pensando y diciendo cosas sin sentido. No podía creer que le hubiera echado la culpa a él de la ruptura de su matrimonio por dinero, cuando ella era igual que él.

—Te equivocas, Lucca. Yo no soy igual que tú.

—Ricardo, prepara todo para divorciarnos hoy mismo. Si ella no es mi esposa, no puede recibir nada.

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