III. Tras el aserradero

192 28 0
                                    

Durante los siguientes días, Alicent se dio cuenta de que su atención no era la única que Seth había captado. Aunque no habían vuelto a coincidir, descubrió información nueva de él gracias a los cuchicheos de los vecinos del pueblo, como que los Athan eran una de las familias más adineradas de Markarth y que pertenecían a los Sangre Argenta, un clan poderoso con influencia política en toda Skyrim. También se rumoreaba que los Sangre Argenta apoyaban a los Capas de la Tormenta, pero lo único que sabía de todo eso era que Lalette había abandonado el pueblo para unirse a ellos.

A lo mejor Seth la conoce, pensó, y se le escapó una sonrisa al encontrar una excusa más para entablar conversación con él cuando volvieran a verse. Había pensado mucho en ese momento, en ese reencuentro. Se preguntó si Seth habría pensado también en ella; ¿recordaría siquiera su nombre? Alicent salió de su ensimismamiento al escuchar a dos clientes hablar de él.

—La comarca no es tan grande. Si es verdad que se ha mudado, ya deberíamos saber dónde vive —comentó Uthna, la mujer del molinero, sin modular el tono.

—Dicen que se ha instalado en el Cerro Pedregoso —respondió Thonnir, el fornido nórdico que dirigía el aserradero.

Aquel dato la desilusionó y frustró a partes iguales. El Cerro Pedregoso quedaba bastante lejos de Morthal. Era prácticamente imposible llegar hasta allí a pie.

—¡ALICENT! —gritó Lami, cogiéndola por sorpresa.

Dio un salto en el sitio al escuchar el grito, soltó el mortero y miró a su madre sin entender qué ocurría. Lami se acercó a ella y le enseñó la etiqueta del tarro con el ingrediente que acababa de añadir a las uvas de jazbay que molía. Se puso roja al descubrir que había confundido las aletas de perca con las de carpa.

—Perdón, mamá... —se disculpó bajo la mirada preocupada de su madre, que agarró sus manos para comprobar que no había tocado la mezcla.

—Ya no sé cómo decirte que debes prestar atención mientras trabajas, jovencita —la reprendió en un tono severo—. La mezcla de carpa con estas uvas es muy venenosa, capaz de debilitar la salud de un hombre fuerte. Esta poción era para Falion, Alicent, ¿imaginas lo que hubiera pasado si no llego a darme cuenta?

Alicent retiró las manos tan pronto como su madre aflojó el agarre, sintiéndose fatal por haber estado a punto de envenenar a su maestro. Bajó la mirada, apesadumbrada. Por suerte, Lami redirigió su cabreo contra los vecinos.

—Si no vais a comprar nada, por favor, continuad vuestra charla en otro lugar —exigió con un tono serio.

Lami tenía un carácter fuerte y los vecinos de Morthal lo sabían, así que se marcharon sin demora, con los labios apretados. Alicent intentó ocultar su decepción. Pese a la distracción que suponían, le hubiera gustado descubrir algo más de Seth.

La puerta de la tienda de alquimia volvió a crujir e Idgrod entró a la cabaña con una expresión divertida.

—Deberías ser más amable con los vecinos, Lami. Aunque no compren todos los días, siguen siendo tus clientes.

Alicent saludó a su amiga con una sonrisa amplia; supuso que habría escuchado a aquel par protestar de la que llegaba.

—Joven Idgrod —saludó Lami con una sonrisa afectuosa—. Si permito que este sitio se convierta en un punto de encuentro para compartir cotilleos, ¿qué sería entonces de Jonna? —preguntó en un tono afable.

Idgrod rio. Jonna, además de ser la hermana de Falion, era la propietaria de la posada El Brezal y solía decir que los chismes eran el producto más cotizado de su establecimiento.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora