VI. El Festival de la Bruma pt. III

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El ambiente seguía tenso incluso después de la cena, cuando la jarl se alzó y prometió reforzar las defensas durante la temporada de nieblas. Cuando empezó la música, apenas un puñado de gente se animó a bailar. Y de las once personas que no pudieron hacer su ofrenda, Joric fue el único.

Las rocas y los laterales de las casas resguardaban la carpa del frío viento que, aunque había amainado un poco, todavía soplaba. Tras la cena los guardias apartaron las mesas y los bancos para improvisar una pequeña pista. Era tradición que la familia de la jarl abriera el baile y Joric, acompañado por Idgrod, se esforzó por lucir sus mejores pasos.

—¿Es que no se cansa de llamar la atención? —preguntó Seth en voz baja.

A Alicent se le escapó una pequeña risa. Seguía mosqueada con Joric por todo lo que había pasado. No podía evitar pensar que si Joric no hubiera sido un crío habrían podido hacer sus ofrendas. Además, le parecía muy injusto que Seth tuviera que cargar con la desconfianza del pueblo tras lo ocurrido.

—Joric siempre ha sido así. Le encanta lucirse. Pero no baila tan mal, ¿no? El año pasado lo hacía mucho peor.

Pese al malestar, quiso defenderlo. Mantenía la esperanza de que Joric pudiera sobreponerse a los celos con el tiempo y que aceptara a Seth como a uno más del grupo. Seth sonrió discretamente.

—Es tan bueno que no sé ni qué decir —comentó con burla.

En cuanto la canción terminó, a Joric le faltó tiempo para acercarse a donde estaban.

—¿Qué te ha parecido, Ali? Lo he estado practicando solo para esta noche.

—Estuvo increíble, Joric —respondió Alicent, intentando sonar sincera.

El comentario de Seth, sin embargo, no fue tan amable.

—Sí que se notó el esfuerzo, sí.

Joric se puso rojo de rabia y se volvió a encarar con Seth.

—¿Todavía sigues aquí, Athan? ¿No te das cuenta de que nadie te quiere en esta fiesta?

Alicent no podía dar crédito a que su amigo pudiera ser tan mezquino. Nunca lo había visto comportarse de aquel modo con nadie. Entreabrió los labios para replicar, para decirle a Seth que aquello era una mentira, pero al mirarlo se encontró con sus ojos puestos en ella. Sonreía.

—Ella me quiere aquí, ¿verdad Ali? —preguntó sin mirar a Joric.

Alicent sintió su corazón derretirse al escuchar que la llamaba por su nombre de pila. Asintió como una autómata y se le escapó una sonrisa.

—De hecho —siguió Seth, sus palabras sonaron más afiladas que antes—, me parece que no soy yo el que no sabe notar que sobra.

Joric apretó los labios y ahora fue él quien la miró, buscando su complicidad.

—Eso es mentira, ¡díselo Ali!

Pero Alicent se llevó una mano a la nuca y desvió la mirada, sin querer responder. El gesto le cayó como un jarro de agua fría a Joric, que gruñó con frustración.

—Agh. Pues muy bien, si eso es lo que quieres, me voy.

Pero no hizo el gesto de irse hasta después de un silencio incómodo en el que ella volvió a mirarlo sin hacer o decir nada por impedirlo.

Cuando se quedaron a solas, Seth suspiró tras echar un vistazo a su alrededor.

—Puede que Joric tenga razón. Los vecinos me miran como si fuera a matar a sus gallinas o algo peor... —protestó, bajando la mirada al suelo.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora