XXXI. El Salón de los Vigilantes

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Llegaron por la noche a Morthal y Alicent salió corriendo en dirección a la Cabaña del Taumaturgo. Cuando se encontró con el edificio quemado tuvo un mal presentimiento. Seth me contó que salvó a mamá pero, ¿y si era también mentira? Escuchó pasos viniendo del puente y se giró, esperando encontrar a Joric, pero en su lugar vio entre la bruma, densa como nunca, a una mujer mayor a la que no conocía. La anciana alzó el brazo y señaló en dirección al pueblo. Alicent sintió un escalofrío y se le erizó el vello del cuerpo. Asustada, echó a correr en la dirección señalada. Reconoció el cartel de la Cabaña del Taumaturgo en cuanto llegó a la altura de la que hasta entonces había sido la tienda de Laelette. Aunque Alicent no entendía nada de lo que estaba pasando, llamó a la puerta, ansiosa por reencontrarse con su madre, pero nadie abrió. El edificio tenía dos plantas y hundía sus cimientos en el Hjaal. Alicent bordeó el edificio por la pasarela de madera y subió al segundo piso por la escalera exterior. Cuando estuvo arriba se asomó a la ventana. Vio a su madre tirada en el suelo, dormida junto a la cama. Tenía un frasquito de color lila en la mano y, aunque Alicent no tenía muy claro qué era, sí que sabía que era malo. Ilegal. Intentó golpear el cristal de la ventana para despertarla, pero alguien la agarró del brazo y la giró con fuerza. Seth estaba allí, mirándola con el ceño fruncido, la mandíbula tensa y un puño cerrado.

El pánico irguió su cuerpo y Alicent se sentó en la cama. Despertó sobresaltada, asustada y ansiosa, esperando ver a Seth frente a ella, pero solo vio camas vacías a su alrededor. Estoy en el Salón de los Vigilantes. Se tranquilizó en cuanto reconoció el lugar. Lo hizo rápido, porque llevaba despertando de la misma forma desde que había llegado.

Los Vigilantes de Stendarr eran una orden de monjes guerreros que luchaban contra las fuerzas daédricas por todo Tamriel. Se habían comprometido a ayudarlos tan pronto como Joric les contó la historia de la empuñadura de Mehrunes y del ataque de los nigromantes. Aunque podía entender por qué Joric había dejado a Idgrod al margen, seguía sin comprender por qué no había mencionado a Seth, pero lo cierto es que se alegraba.

Después de vivir tanto tiempo sola en una torre llena de lujos, resultaba difícil acostumbrarse a convivir con tanta gente en un sitio tan austero. Había más de doce camas apiladas en aquel sótano que hacía las veces de dormitorio y comedor, y casi todas estaban ocupadas. Por suerte, los vigilantes se despertaban antes del alba y a aquellas horas ella era la única que seguía durmiendo, por lo que podía tener un rato de intimidad. Aunque no estaba del todo sola. Ciselle, una chica que debía de tener la misma edad que Idgrod y Seth, estaba sentada en la mesa del comedor, escribiendo una carta.

Se quedó mirándola un rato, mientras se desperezaba. Lo poco que sabía de ella, además de que era nórdica, es que se había unido a los vigilantes hacía poco. Alicent tenía la sospecha de que la espiaba. Siempre estaba ahí cuando abría los ojos por la mañana, pero podía entender que la quisieran tener bajo control después de lo que había pasado durante sus primeros días allí.

Sintió vergüenza al recordar las cosas que había hecho por miedo. Estaba aterrada. Lo estuvo desde que despertó y comprendió que Joric la había secuestrado. Aunque ahora no se podía imaginar actuando así, en ese momento solo quería volver a la torre, algo que intentó con desesperación.

Joric. Pensó en su amigo mientras se empezó a asear. Los primeros días habían sido difíciles para ella, pero también lo debieron ser para él. Alicent se había negado a escuchar nada de lo que tuviera que decir y, para colmo de males, le había dicho algunas cosas realmente crueles. Le tengo que pedir perdón.

Por si fuera poco, el primer día se las había apañado para escapar. Ese recuerdo la mortificó. Había estado tan asustada por ella y por el bebé que los había puesto a ambos en peligro por miedo, porque escapar de Seth le había parecido imposible en aquel momento. Aterrada, pensó que quizá, si ella lo encontraba antes de que él lo hiciera, podría convencerlo de que nada de aquello había sido su culpa. Los vigilantes la encontraron una hora más tarde perdida en mitad de la nieve, gritando el nombre de Seth. Por suerte él no apareció. Y los días pasaron, y siguió sin haber rastro de él. Y Alicent, poco a poco, empezó a aceptar su libertad. La posibilidad de que, tal vez y solo tal vez, aquello podría salir bien.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora