IV. El Festival de la Bruma pt. I

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Aquella tarde la Cabaña del Taumaturgo era una parada obligatoria para las gentes de Morthal, que acudían al jardín exterior para comprar algún arreglo floral que ofrecer a los dioses para pedir su protección durante los meses más duros del año. Pronto comenzaría la temporada de nieblas. En los meses fríos, la niebla caía sobre la comarca de Hjaal privando a sus habitantes del calor de Magnus (el sol) durante el día y ocultaba las estrellas por la noche.

El jardín era acogedor y el vívido color de las flores que tenían plantadas en la parcela le daba un aire mágico. En aquel momento Lami animaba a Thonnir, que se lamentaba por pasar su primer Festival de la Bruma sin su esposa Lalette, mientras que Alicent se permitía un breve descanso del ajetreo del día. Apoyada en la cara interior de la valla del jardín, charlaba con Benor, un joven nórdico que se vendía como mercenario aunque aspiraba a formar parte de la guardia de la comarca algún día. Alicent conocía a Benor desde que tenía memoria y le tenía un cariño especial. A pesar de que tenía un carácter fuerte y áspero, con ella siempre se mostraba cercano. Era como un hermano mayor.

—Esa nube parece un conejo —señaló él.

Alicent levantó la cabeza al cielo, a dónde apuntaba su dedo pero, aunque lo intentó, no vio al animal.

—Sí, lo veo... —mintió.

No tenía claro por qué dijo aquello; muchas veces se sentía incapaz de rebatir a quienes la rodeaban. Tenía la sensación de que si decía lo que pensaba, tal vez los demás pensarían que era boba, o que no merecía la pena dedicarle su tiempo.

En ese momento Alva llegó al jardín y se acercó a ellos. Alva y Benor tenían un par de años más que su amiga Idgrod. Entre ellos la diferencia de edad se notaba ligeramente, pero con Alicent saltaba a la vista. Alva tenía la tez blanca, el pelo oscuro y liso y sus ojos, del color de la esmeralda, destacaban el porte elegante de sus facciones. Era la chica más bonita de todo Morthal y, aunque negaba tener algún tipo de relación con Benor, Alicent siempre los veía juntos y sospechaba que, en secreto, debían ser novios.

—¿Todavía no has comprado el ramillete de la ofrenda? —preguntó en un tono mordaz, levantando las cejas.

Benor respondió con un resoplido brusco sin dirigirle la mirada. Luego le revolvió el pelo a Alicent con afecto.

—Estaba en ello. Ali, ¿por qué no me traes esas flores de las que me hablabas? —pidió Benor, que le guiñó un ojo.

La recién llegada clavó su mirada en ella. Era una mirada incisiva que hizo que quisiera encogerse en el sitio. La mera presencia de Alva era intimidante. Alicent giró sobre sí y apuró el paso hacia la entrada trasera del edificio, donde se exponían las diferentes ofrendas dispuestas para la celebración. Podía sentir los ojos de Alva clavados en el cogote.

Se tomó unos minutos para elegir, de entre las decoraciones florales que quedaban, la ofrenda de Alva. Optó por una combinación de lavanda, flores púrpura y sinfocarpios recién cortados antes de volver junto a ellos.

—Estas flores son de nuestro jardín —explicó con orgullo y ofreció el ramillete a Alva—. Esta mezcla es una ofrenda a Mara y Dibella, para pedir su bendición en la belleza y el amor.

Alva tomó las flores complacida y Alicent sonrió abiertamente al comprobar que su elección fue un acierto. Aunque Benor soltó un bufido.

—Amor. ¿No tienes ya suficiente, mujer? —gruñó con una sonrisa burlona.

Ella rodó los ojos y miró a Alicent con complicidad. Tenía una forma magnética de desenvolverse aun estando quieta.

—Hombres. Si por ellos fuera ofrecerían un ramillete de flechas a los dioses —replicó.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora