VII. La visión de Idgrod

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Alicent, Joric e Idgrod se reunieron tras el aserradero al caer la tarde, cuando ya habían cumplido con sus quehaceres. Habían pasado unas tres semanas desde el Festival de la Bruma y, pese al mal presagio, las cosas seguían igual en Morthal.

Casi todas, pensó Idgrod al reparar en que Alicent miraba una vez más en dirección al camino que unía el aserradero con el pueblo, mientras apretaba ansiosa la falda de su vestido con una mano. Siguió su mirada y la esperanza de su amiga le produjo ternura; la densa niebla ya había caído sobre la comarca y era casi imposible ver nada que no estuviera en un radio de tres metros a la redonda.

—¿Habéis quedado otra vez?

A Alicent se le escapó una sonrisa y asintió. Desde el festival, cada vez que Seth visitaba Morthal buscaba un rato que pasar con ella. Aunque al principio no le había hecho gracia la idea, su presencia había ayudado a su amiga a sobrellevar el hecho de no haber podido hacer su ofrenda anual.

—Pasó antes por la tienda para preguntar por los huevos de cabro. —Idgrod apretó los labios para no reír por la forma en que Alicent llamó a los cauros. Pero no dijo nada, para no avergonzarla—. Se fue rápido, pero prometió que luego vendría a buscarme.

Idgrod miró a su hermano de reojo, notando que apretaba los puños con un enfado que se reflejaba en su mandíbula tensa.

—De verdad que no sé qué le ves, Ali. Da miedo, con esa mirada fría parece que te quiere robar el alma. —Su expresión se tornó teatral, y un escalofrío fingido recorrió su espalda—. Y esa sonrisita falsa —siguió—, me pone de los nervios. Ese tipo no es trigo limpio, escuchad lo que os digo.

Idgrod vio como su amiga se ponía a la defensiva. Ahí van otra vez.

—Para ya de hablar mal de él, Joric —protestó Alicent en un tono infantil—. Solo intenta ser amable y hacer amigos, ¡no te ha hecho nada!

—Por su culpa no pudimos hacer nuestra ofrenda, ¿¡te parece poco!?

Idgrod intervino antes de que volvieran una vez más sobre el mismo tema. Habían discutido aquello al menos siete veces desde el festival.

—Chicos, parad de una vez. De verdad, empiezo a no saber cuál de los dos está más obsesionado con Seth.

Ambos se cruzaron de brazos y desviaron la mirada, cada uno a un lado. Se formó un silencio incómodo que se prolongó varios minutos. Entonces tuvo una idea. Quizá no era la mejor broma del mundo dado el contexto, pero no pudo resistirse.

Quedó inmóvil, como paralizada. Tensó los músculos de su cuerpo y entrecerró los ojos, haciendo todo lo posible por dejarlos en blanco antes de romper a temblar, como si hubiera caído en trance. Su interpretación debió de ser lo bastante creíble, ya que no tardó en sentir que alguien a su espalda la sostenía por los hombros.

—Tranquila, estoy aquí —murmuró su hermano con tono protector.

Se sintió un poco culpable por lo que estaba haciendo, pero ya no tenía sentido echarse atrás. Empezó a hablar con voz trémula.

—Alicent, te veo cruzando el templo de Mara. Y ahí está Seth junto al altar, esperándote. Pero, ¡oh no! Joric irrumpe en el templo, espada en mano, listo para desafiar a Seth por tu mano.

Relajó la mirada, curiosa por ver sus expresiones. No pudo ver a Joric, que seguía a su espalda, pero Alicent la miraba con el ceño fruncido y los labios entreabiertos, confundida. Aquello le arrancó una carcajada que fue incapaz de contener.

Joric la soltó de golpe al escuchar su risa, y cuando se giró vio el reproche en su expresión dolida.

—No tiene gracia, idiota —masculló con la voz ronca—. ¿Sabéis qué? Me vuelvo a casa. Tengo que hacer algunas cosas.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora