X. La propuesta de Harkon

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El castillo del Clan Volkihar dominaba casi toda la extensión de la isla rocosa sobre la que estaba construido. La primera vez que lo vio aparecer entre la bruma del Mar de los Fantasmas, Seth tuvo la impresión de que los hombres que lo habitaban, por llamarlos de algún modo, lo debían de haber tallado en la misma piedra que formaba el islote. Pero de aquello ya hacía unos cuantos años y él ya no era un crío; ahora comprendía mejor la historia de aquel lugar y de su líder, el antiguo tirano Harkon Volkihar.

En su interior, la luz titilante de las velas de un enorme candelabro de hierro iluminaba el salón principal, conectado por una cadena gruesa a la clave de la cúpula de crucería que daba estructura a la sala. Desde el parapeto de la entrada, Seth observó con la mandíbula apretada cómo los esclavos del clan, silenciosos y eficientes, limpiaban las largas mesas de madera de la sangre derramada durante la cena. Sobre su cabeza, la luz de Masser y Secunda se filtraba por el vidrio rojo de un enorme rosetón, tiñendo de este color el ambiente y dándole, si era posible, un aspecto aún más macabro.

Querría haberse marchado ya de aquel sitio, pero se sentía tan ultrajado que la ira lo mantenía inmóvil.

La conversación con su padre no había ido bien. Nunca lo hacía, desde hacía un tiempo. Y sin embargo, todavía albergaba la esperanza de algún reconocimiento en cada visita. Pero no fue el caso; ni siquiera lo había felicitado por su cumpleaños. Tenía la frustrante sensación de que, desde que él y su madre se habían separado, sus esfuerzos nunca eran suficientes. Él siempre encontraba los pequeños errores que opacaban cada uno de sus logros.

Aún así, Seth sabía que aquello no le habría afectado tanto si su padre no hubiera sacado a su hermano mayor a colación.

"A tu edad, Parker ya sabía controlar sus sentimientos. Hasta él sabe cómo lidiar con ellos sin desatender a su deber", había dicho. Seth seguía sin tener claro qué le ofendía más: que lo hubiera comparado con él cuando, según las propias palabras de su padre, su hermano era su mayor decepción; o que hubiera usado el presente en vez del pasado, dejando que supiera que estaba al tanto de lo que hacía Parker en la actualidad.

Claro, lo que hace él sí que lo sabe. Pero yo tengo que venir hasta aquí para rendirle cuentas.

Las pisadas de alguien subiendo las escaleras a su izquierda lo sacaron de su rumiación. Harkon se detuvo a su lado y ambos permanecieron en silencio contemplando el salón bajo sus pies. Seth tomó aire y apretó los labios con un mohín de desagrado; el empeño de los esclavos por limpiar la sangre y retirar los cuerpos eran en vano, el hedor a muerte no abandonaba nunca aquel sitio.

Su acompañante suspiró con dramatismo y Seth lo miró de reojo. Esa noche Harkon llevaba uno de sus mejores trajes, negro y rojo borgoña, y su melena cana estaba pulcramente peinada hacia atrás. A diferencia de su padre, él sí aparentaba alegrarse por verlo. Seth volvió a desviar la mirada hacia el frente, repentinamente agotado.

Es como si jugaran al poli bueno y al poli malo, dijo la voz de su conciencia. Seth fingió no haberla oído.

—Pareces cansado —saludó el vampiro.

—Al menos no parezco muerto —replicó él.

Harkon rio ante su intento de ofensa.

—¿Quieres contarme qué te inquieta, chico?

No quería hacerlo, pero le pudo la necesidad de desahogarse con alguien.

—Mi padre sigue vigilando a Parker —dijo con amargura.

—Es su hijo, al fin y al cabo.

—No me digas que lo hace porque en el fondo le quiere —pidió. Era consciente de que estaba sonando como un crío, pero si había alguien allí con quien podía serlo, ese era Harkon.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora