Las despertaron los golpes en la puerta. Ante la insistencia de la llamada, Lami encendió una lámpara de aceite y bajó a ver quién llamaba a esas horas. Alicent no tardó en seguirla y supo que algo iba mal en cuanto bajó las escaleras y vio a Idgrod allí.
—¿Idgrod? —preguntó aún somnolienta, deteniéndose junto a su madre—. ¿Qué pasa?
Si Alicent creía haber tenido un día horrible, saltaba a la vista que el de Idgrod estaba siendo mucho peor.
—¿Joric ha estado aquí? —preguntó sin molestarse en saludar. Su voz sonó tan urgente y ansiosa que, por un momento, Alicent olvidó lo enfadada que estaba con ella.
—¿Por qué preguntas? —quiso saber, adelantándose a su madre.
—Nadie lo ha visto desde esta tarde —respondió ella. Alicent levantó las cejas con sorpresa—. Grom dijo... —La voz de Idgrod tembló, como si le costara hablar—, dijo que lo vio marcharse a caballo, pero de eso hace horas. Yo... —cogió aire, intentando calmarse. No funcionó pues, cuando habló, lo hizo con la voz quebrada—. Le estamos buscando por todo el pueblo.
Su primer impulso fue negarse. Si Joric se había perdido, por ella podría arreglárselas él solo. Pero la mirada lacrimosa de Idgrod pudo más que su enfado. Siguió a su madre hasta el piso de arriba, para vestirse con lo primero que encontraron, y después las tres salieron de la tienda.
Desde el puente vio el fuego de varias antorchas que, entre la oscuridad y la niebla, parecían flotar por todo el pueblo. El estómago le dio un vuelco al comprender la gravedad del asunto. Durante el camino hasta el Salón de la Luna Alta se cruzaron con varios guardias, cada uno en una puerta diferente, preguntando a los vecinos si tenían información sobre el paradero de Joric. Cuando llegaron a la casa comunal Aslfur, el padre de Idgrod y de Joric, estaba allí junto a su esposa, un par de guardias y varios perros. La jarl se estaba despidiendo de ellos.
Alicent apretó los dedos alrededor de su farol e Idgrod sollozó a su lado.
—Lo encontraremos —prometió Lami, apoyando una mano en el hombro de Idgrod. Entonces miró a Alicent con severidad—. Voy a ver en qué puedo ayudar. Podéis buscarlo por aquí, pero ni se os ocurra salir del pueblo.
—Ten cuidado —le susurró a su madre, antes de ver cómo se acercaba a la jarl Idgrod y, tras intercambiar varias palabras, ambas se perdían en la oscuridad.
Las siguientes horas las pasaron recorriendo todo el pueblo de arriba abajo. Fue poco antes del amanecer cuando, agotadas, hicieron una pequeña pausa en el aserradero. La vela del farol se había agotado hacía bastante y, en esos momentos, Idgrod sostenía una antorcha a la que ya le quedaba poca vida.
Alicent la obligó a detenerse y a sentarse sobre un tronco, al darse cuenta de que ya le costaba caminar sin esfuerzo.
—Pero Joric... —protestó.
—No somos las únicas buscándolo —recordó—. Podemos descansar unos minutos.
Idgrod parecía querer replicar, pero en su lugar asintió con resignación. Alicent se sentó a su lado, con el estómago irritado por los nervios y el cuerpo entumecido por el sueño. Le dolían los pies, y por entonces, resultaba evidente que Joric no estaba en el pueblo. Pero si no está en Morthal, ¿dónde se ha metido? Joric podía ser muy dramático. La posibilidad de que hubiera hecho todo aquello para preocuparla para así ganar su perdón reavivó su enfado. Resopló, irritada no solo con Joric, sino también con Idgrod por haber provocado aquello al contarle todo.
Como si supiera que estaba pensando en ella, Idgrod estiró su mano libre y acarició una de sus piernas por encima de la tela del vestido. Alicent se la apartó de un manotazo; el gesto le salió solo, ni siquiera se dio cuenta de lo que hizo hasta que ya estaba hecho.
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Los Hijos de Bal
FanfictionSeth Athan llegó a Morthal con un objetivo en mente: hacer lo necesario para convertirse en el nuevo adalid de Molag Bal, el señor de la dominación. Sin embargo, conocer a Alicent Baskerville (la joven hija de la alquimista del pueblo) y a sus amigo...