—Mata a la chica. Demuestra hasta dónde estás dispuesto a llegar para ser mi adalid —ordenó Molag Bal.
El frío eco de su voz retumbó en la sala, pero también en el pecho de Alicent. La orden la dejó helada, inmóvil. Posó la mirada sobre su plato lleno de comida, también fría para esas alturas. No podía moverse, tampoco seguir llorando. Había alcanzado un límite. Ya estaba, todo se terminaba allí. Idgrod estaba loca. Joric, prisionero. Su madre nunca sabría lo que pasó. Su hijo no llegaría a nacer. La daga que su linaje juró guardar había sido reconstruida. El chico que le juró amor era el culpable.
—Pero... Padre... —Seth balbuceó, con la voz cargada de dudas.
—¡No! —exclamó Joric. Aunque su voz sonó apagada, Alicent notó la ansiedad de su tono—. No podéis...
Sus protestas se volvieron un amasijo de sonidos irreconocibles y amortiguados, como si alguien le estuviera tapando la boca.
—¿Y ya está? —preguntó Don Dogma—. Qué aburrido. Que jueguen al khajiita y al skeever, al menos. Siempre me gustó verla jugar por el pueblo. Dale media hora de ventaja, ¡ya verás qué buena es!
Alicent levantó la barbilla despacio, para mirarlo. Don Dogma no la estaba mirando, sino que estaba entretenido haciendo una pequeña bola de pan entre los dedos. Parecía tan inofensivo como siempre, pero era tan mentiroso como casi todos los allí presentes. El daedra le lanzó la bolita a Harkon, que estaba amordazando a Joric con una mano.
—Eso lo hará más divertido —coincidió Molag Bal, sin apartar los ojos de los de su hijo.
—¿Y luego? ¿Qué va a pasar con ella? —preguntó Seth, todavía vacilante.
¿Cómo que qué pasará conmigo? Alicent frunció el ceño y sus ojos buscaron los de Seth, pero él no la miraba a ella, así que no pudo ver su cara. ¿Qué más hay que la muerte?
—La hospedaré en Puerto Gélido —contestó Molag Bal en un tono siniestro, respondiendo, sin saberlo, a sus dudas.
Un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza al escuchar aquello. Puerto Gélido, el plano de Oblivion del daedra. Hay cosas peores que la muerte. Falion lo había dicho durante una de sus clases, cuando su vida todavía era suya, y Seth lo había confirmado durante el Festival de la Bruma, la misma noche que la juró proteger. Su alma quedaría a las puertas de la muerte, condenada a la existencia eterna en un reino donde no tendría un minuto de paz, y todo por no haber sido más lista. Por haberse aferrado a las falsas ilusiones de un actor que, visto en retrospectiva, en realidad no era tan bueno. La existencia eterna, se repitió mentalmente, embarazada para siempre de un bebé que nunca podrá nacer.
Sus ojos volvieron a ampliarse. El pensamiento la removió internamente y se llevó una mano a la tripa, la cual acarició de forma inconsciente. Aunque breve, ella al menos había tenido una vida, pero su bebé no tendría ni eso. Sería solo un proyecto que nunca se llevó a cabo, pero que tampoco se desechó. Esperando para siempre, sin saberlo, por algo que jamás ocurriría.
Escuchó su nombre como un eco lejano hasta que una mano zarandeó su hombro. Alicent levantó la cabeza y se encontró el ceño fruncido de Seth. Lo miró, sin saber qué decir. Seth la miraba, contrariado y confundido. Parecía estar esperando algo.
—¿Es que estás sorda? Se acaban de apostar tu vida, Alicent. ¿A qué esperas? —su voz sonaba estrangulada, angustiada—. Corre —ordenó—. Si te encuentro, se acabó.
Pero Alicent no se movió, negándose a obedecer. Iba a morir de todas formas. Estaba cansada. Si iba a morir, al menos quería conservar la poca dignidad que le quedaba. No quería seguir siendo un juguete, así que se encogió de hombros.
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Los Hijos de Bal
FanfictionSeth Athan llegó a Morthal con un objetivo en mente: hacer lo necesario para convertirse en el nuevo adalid de Molag Bal, el señor de la dominación. Sin embargo, conocer a Alicent Baskerville (la joven hija de la alquimista del pueblo) y a sus amigo...