V. El Festival de la Bruma pt. II

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El río Hjaal dividía Morthal en dos partes. Los vecinos de la villa se reunieron al este de la región meridional, junto a la casa de Falion. Como mago de la corte, era su deber oficiar la ceremonia. Habían colocado varias filas de bancos de madera y, mientras el pueblo tomaba asiento, Falion terminó de preparar la antorcha para bendecir el fuego.

Cuando la ceremonia empezó, ya había caído la noche y las estrellas brillaban en el cielo. Alicent se sintió minúscula al mirar el firmamento; Maser y Secunda brillaban sobre sus cabezas en aquella noche clara, y la luz de la aurora tenía el color del tórax de las luciérnagas y de las alas azules de las mariposas.

Falion se situó frente a la hoguera que la guardia encendió para la ocasión y contempló a su audiencia. A su espalda las frías aguas del Hjaal devolvían los destellos de luz y las ramas de los sauces se mecían al paso de la brisa, dejando caer algunas hojas y creando sombras serpenteantes en el ambiente.

—Habitantes de la comarca, nos reunimos otro año para recordar las hazañas de Magnus, el arquitecto de Mundus. —Falion giró sobre sí, encarando al fuego. Encendió la antorcha y luego alzó ambos brazos al cielo—. ¡MAGNUS! ¡Escucha nuestra voz, pues hoy recordamos tu sacrificio para que tú nos recuerdes cuando las nieblas lleguen y nos oculten a tus ojos!

Alicent se compadeció de Falion. El brujo no era una persona de multitudes y casi podía sentir su incomodidad cuando volvió a encarar al público. Era un orador terrible: dejó caer el brazo libre a un costado, donde se quedaría hasta el final del monólogo, y procedió a relatar por enésima vez el enfrentamiento que habían tenido Magnus y Molag Bal allí mismo, en la Comarca de Hjaal.

Falion siguió contando aquella leyenda que ya se sabía de memoria. La familia de la jarl ocupaba la primera fila y Alicent pilló a Joric mirando en su dirección. Ella se había sentado en la última fila junto a Seth y desde allí podía verlos a todos. Había personas a las que no conocía demasiado, ciudadanos de las afueras que solo visitaban Morthal para conseguir suministros o, en un día como aquel día, la bendición de Magnus.

Buscó a su madre con la mirada y la encontró junto a Thonnir. Últimamente pasan mucho tiempo juntos, pensó al ver cómo se inclinaban el uno hacia el otro para intercambiar comentarios. Su atención volvió a Seth; parecía estar absorto en la narración de Falion.

—Las raíces de Molag Bal en nuestra comarca son profundas. Tamriel todavía era joven cuando el señor de la dominación y la esclavitud pisó por primera vez estas tierras. En esa ocasión el cruel daedra se burló de Arkay, tras arrebatarle el alma de Lamae Beolfag, quien se convertiría en la primera hija de la noche.

Alicent se inclinó hacia Seth.

—Se refiere a los vampiros. Según las historias, Lamae vivía en esta comarca cuando conoció a Molag Bal —explicó, buscando impresionarlo.

—Había escuchado algo al respecto —respondió él sin mirarla.

—No conforme con la transgresión —Falion elevó la voz, haciendo un esfuerzo por hacerse escuchar por encima del murmullo de la gente y de la corriente del río—, Molag Bal decidió burlar una vez más a Arkay y retorció la magia de Tamriel para dar a sus creyentes el poder de secuestrar las almas de los difuntos. El poder de esclavizarlas, impidiendo su paso al más allá.

—Ahora habla de los nigromantes —comentó Alicent, intentando llamar su atención de nuevo.

Seth la ignoró por completo. A Alicent se le escapó un pequeño suspiro. Se quedó pensando en si había hecho algo mal.

—¿Tú crees que algo de lo que dice es cierto? —preguntó Seth de pronto.

La pregunta la pilló por sorpresa.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora