XVI. Fragmentos del pasado

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El mango de la daga reposaba sobre la mesa en el centro del comedor. Alicent, Seth, Idgrod y Joric lo admiraron en silencio, con una mueca grave. Habían pasado algunas semanas desde que Alicent había revelado el paradero de aquel fragmento mítico, después de que Idgrod compartiera con ellos su última visión. Desde ese día, se habían reunido cada tarde para planear cuál era la mejor forma de proceder. A veces lo hacían allí, en su casa, cuando su madre no estaba. Cuando esto no era posible, se reunían en el Salón de la Luna Alta, donde Idgrod y Joric disponían de toda la privacidad que querían. Sin embargo, ella tenía la sensación de que preferían estar en su casa, como en aquel momento, donde la presencia de aquella pieza de artesanía daedrica parecía recordarles la magnitud de lo que enfrentaban.

Incluso ella misma había empezado a ver el mango con otros ojos. Lo que antaño fue un simple recuerdo ahora se había convertido en algo más. Algo misterioso y poderoso, pero también peligroso. Pensó en las veces que había tenido aquel objeto entre sus manos; tantas que conocía de memoria el tacto de la empuñadura de cuero, y también lo afilados que estaban los gavilanes metálicos de la guarda, con los que se había pinchado en más de una ocasión. Se estremeció al recordar aquello. Ahora que sabía que era mucho más que el recuerdo de su padre, era como si pudiera sentir el poder que desprendía el objeto, o quizá era sugestión sumada a su aprehensión natural.

¿Cómo llegó a manos de papá?, se preguntó una vez más. Había pensado en aquello demasiadas veces a lo largo de las últimas semanas, pero no se había atrevido a preguntar por ello a su madre. Primero, para no abrir viejas heridas y, segundo, para no levantar sospechas. La conocía lo bastante bien como para saber que no pasaría por alto una pregunta así.

—Insisto en que es el mejor plan —dijo Seth por cuarta vez en la última hora, sacándola de sus pensamientos.

—Por supuesto que piensas que es el mejor plan, porque es el tuyo —replicó Joric, sin paciencia.

Con el paso de los días y de las semanas, había ido perdiendo por completo las formas cuando se trataba de Seth, hasta tal punto que parecía dispuesto a posicionarse contra cualquier idea que saliera de la boca de este, por buena que fuera.

Idgrod y Alicent intercambiaron una mirada agotada, tanto por Joric como por la situación. Desde que empezaron aquellas reuniones habían barajado bastantes planes que habían ido descartando, uno a uno, hasta que al final tomaron una decisión unánime. Esconderían el mango hasta que los nigromantes atacaran el pueblo, como sabían que pasaría. Entonces, negociarían con ellos un intercambio: la empuñadura a cambio de que dejaran Morthal en paz. Aunque todos estaban de acuerdo en que era lo más inteligente que podían hacer, seguían sin llegar a un acuerdo sobre cómo lo harían. Seth se había ofrecido a esconder el fragmento en el Cerro, pero Joric se negaba en rotundo.

—¿Pero por qué no? —preguntó Idgrod.

Alicent, cansada de la discusión, se acercó a la ventana. Esa tarde la niebla era más espesa de lo normal y el aire se sentía helado incluso allí adentro, pese al brasero que crepitaba en una esquina de la habitación. El cielo estaba tan oscuro que parecía que iba a romper a nevar en cualquier momento.

—¿Es que no os parece sospechoso? —preguntó Joric. Alicent lo vio reflejado en el cristal, con los brazos cruzados y la expresión molesta que no se había quitado de encima desde que habían llegado—. ¿Por qué de todos los sitios lo quieres esconder ahí? —preguntó, girando el cuerpo hacia Seth—. ¿No creéis que es un poco raro que no le preocupe ni un poco que una banda de nigromantes pueda ir a su casa a por el mango?

Seth resopló, perdiendo también la paciencia. Alicent había empezado a sentir lástima por él. Cuando quería, Joric era insoportable.

—No me preocupa porque solo es una casa, imbécil. No hay nadie allí a quien puedan hacer daño. ¿Es que prefieres que vengan aquí? —preguntó con dureza. Alicent pensó en Sorli y en sus hijos, pero se abstuvo de quitarle la razón—. ¿Quieres que entren en casa de Alicent? ¿Que le hagan daño? ¿Quieres que la maten? Mandándolos al Cerro, se alejarán del pueblo.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora